Los caballeros en el siglo XVII impusieron la moda de llevar largas y frondosas melenas y esto constituía una señal de hidalguía y elegancia. Así estaban las cosas cuando su majestad Luis XIV de Francia, el Rey Sol, comenzó a quedarse algo despejado de su majestuosa azotea. ¡Cielos! No podía ser, había que hacer algo al respecto. Así fue como se extendió la duradera moda de las pelucas. El rey, igual que llevaba unos zapatos con tacón alto para disimular su corta estatura, comenzó a llevar unos cada vez más frondosos, elevados y tupidos pelucones, que le daban un aspecto de lo más imponente. Era tal su afición a las pelucas que no se las quitaba ni delante de sus ayudas de cámara, no fuera que alguien al ver la calva regia, sintiera menos respeto por su real persona. Su peluquero principal, Monsieur Binette, se convirtió en el dictador de la moda.
En España, unos años más tarde, su nieto Felipe V encarga que se le hagan pelucas y especifica a su proveedor: "Los cabellos de que se han de componer estas pelucas es preciso que sean de caballeros o de señoritas, en esto no debe haber engaño [...] también desea que estos cabellos pertenezcan a personas conocidas, pues dice que podrían ser objeto de sortilegios". Lo de los sortilegios es lo que más preocupado me tiene, además de los consabidos piojos, si te descuidas te echan una maldición en la peluca y vas, literalmente, de cráneo.
Esta era la moda de París y luego de toda la Europa elegante y así es como los ricos y los poderosos quieren ser representados con sus frondosas y molonas guedejas al viento. Es por estos adornos capilares que me ha venido a la cabeza el arte de un retratista que tuvo un inmenso éxito en la Francia del rey sol, un catalán, de Perpiñán para más señas, Hyacinthe Rigaud (Perpignan 1659 - Paris 1743). Este pintor catalán, descendiente de pintores doradores, se forma en sus inicios en Montpellier con Antoine Ranc, antes de viajar a Lyon, donde se familiariza con la gran tradición del retrato representada por Tiziano, Rubens y Van Dyck. En Paris hace una entrada por todo lo alto, en 1682 gana el premio de Roma, que le habilitaba para viajar pensionado a esta capital del arte, pero sigue el astuto consejo del pintor del rey, Le Brun, de quedarse en la corte y estudiar los retratos reales, y no le irá mal.
Pronto comenzará a recibir infinitud de encargos, Rigaud es probablemente uno de los pintores que ha pintado a más personalidades europeas y que más lienzos ha producido, su catálogo sobrepasa de largo el millar de retratos. Por supuesto esto no lo hizo él solo, sino que trabajó, como era la costumbre, con un amplio taller de ayudantes, aunque las exigencias de calidad en la consecución del parecido con los modelos, de la textura de los ropajes etc. era muy elevada, dado el destino de estas obras.
Rigaud ejemplifica como nadie el tipo de retrato cortesano del barroco, ampuloso, dinámico, lisonjero, que proporciona a la clase dirigente de su tiempo la imagen de gloria y poder que ésta deseaba proyectar de sí misma. Como muestra un botón: el retrato del rey Luis XIV en grand costume, es decir, con el ropón de la coronación. Este retrato debe sortear unos cuantos obstáculos que hacían del rey Luis un hombre poco agraciado, en primer lugar es un hombre mayor, casi sin dentadura, bajito y con una prominente nariz de loro. Rigaud consigue disimular la baja estatura del rey utilizando un punto de vista bajo que nos hace contemplar al rey casi desde el suelo, con lo que parece más alto, su escasez dental se remedia cerrando la boca con gesto entre autoritario y adusto y la nariz con un tres cuartos con el ovalo de la cara, que debía por esa época ser bastante más grueso, enmarcado por la majestuosa peluca. Finalmente, la figura de un hombre mayor, ya no muy gallarda y algo tripona se dismula con los drapeados de armiño y terciopelo y la pose, imitada del retrato de Carlos I de Van Dyck, graciosamente girada. Et voilà, un photoshop perfecto, Luis hecho un chaval, pese a su casi sesenta años, lleno de gloria y majestad, al tiempo que parece casi en trance de iniciar un paso de danza. No es extraño que los monarcas extranjeros hiciesen cola, literalmente, para pasar por la cámara de Monsieur Rigaud.
Debe reconocerse sin embargo que el autor, cuando las exigencias de la dignitas de los retratados le permite ser algo menos adulador y soltar un poco más su pincel, consigue mostrar el gran artista que lleva dentro; así son maravillosos, por ejemplo, los retratos de su madre, María Serra, o los de compañeros artistas o de intelectuales, o los no muy halagüeños de su protector, el banquero Everhard Jabach o de la amante del rey, Madame de Maintenon. Debemos a Rigaud la iconografía de toda una época y el haber sabido representar con el esplendor que exigía aquella edad de oro, la legendaria corte del Rey Sol.
Hyacinthe Rigaud. Luis XIV, rey de Francia. 1701. Museo del Prado, Madrid
Hyacinthe Rigaud. Felipe V, rey de España. 1700. Museo del Prado, Madrid.
Hyacinthe Rigaud. Louis XV en grand costume. 1727-29. Versailles, Musée National.
Hyacinthe Rigaud. Louis de France, Duc de Bourgogne.
Hyacinthe Rigaud. Cardinal Bouillon
Hyacinthe Rigaud. Cardinal Fleury
Hyacinthe Rigaud. Retrato de la familia Le Jugue. 1699. National Gallery of Canada, Ottawa.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de la duquesa María de Nemours. 1705. Musée des Beaux Arts, Lausanne.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Madame de Maintenon
Hyacinthe Rigaud. Retrato de la duquesa palatina viuda. 1713. Palacio de Versalles
Hyacinthe Rigaud. Retrato de María Serra, madre del artista.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Gaspard Rigaud, hermano del artista.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de La Fontaine
Hyacinthe Rigaud. Retrato del filósofo Bernard le Bovier de Fontenelle.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Le Brun y Mignard. Musée du Louvre, Paris.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Pierre Vincent Bertin.
Hyacinthe Rigaud. Retrato de Everhard Jabach
Hyacinthe Rigaud. Retrato de paje.
Hyacinthe Rigaud. Autoportrait au turban. 1698. Perpignan, Museo Hyacinthe Rigaud.
Para saber más de Hyacinthe Rigaud: https://es.wikipedia.org/wiki/Hyacinthe_Rigaud