Nuestra sociedad contemporánea vive en una incómoda contradicción respecto de la vejez, por una parte en nuestra época, gracias a los progresos de la atención sanitaria, la medicina y la mejora de los estándares de vida, es cuando más personas alcanzan la vejez en términos absolutos, al menos en nuestras sociedades occidentales desarrolladas, por otra parte el discurso social hegemónico ignora totalmente a los viejos; somos una sociedad por y para jóvenes.
Naturalmente esto no resiste el más mínimo análisis y es sólo una ficción, una construcción del imaginario colectivo, pero se mire a donde se mire no se encontrará más que a jóvenes, o a maduros juvenilizados, porque el único discurso vigente es el que habla de la juventud y de los valores que se le asocian, como la vitalidad, la sexualidad, la belleza. La vejez hoy sería apenas un hueco, una negación. Del mismo modo que algunos teólogos definían el mal como la ausencia del bien, la vejez en nuestros días, más que un estado propio se definiría por ser un estado de ausencia, la no-juventud.
Preguntarnos por la vejez es hacernos un montón de preguntas incómodas y desagradables ¿Tendré bastante dinero? es decir ¿Me llegará la pensión? ¿Llegaré a ella en pareja? ¿Y si me quedo solo? ¿Mis hijos me cuidarán o acabaré en una residencia? (asilo es una palabra hoy evitada, como vejez, sólo se habla de residencias y de tercera edad) ¿Sufriré alguna enfermedad incapacitante? ¿Dependeré de los demás, acaso de desconocidos? ¿Podré morir con dignidad, cuando y como yo decida? ¿Padeceré Alzheimer? si es así ¿Seré capaz de darme cuenta y cómo? En el futuro va a haber cada vez más ancianos ¿Cómo será una sociedad de seniors? Preguntarse por la vejez es preguntarse por el final de los días, por la finalidad de la vida, por los valores y los contenidos que distinguen una vida digna, una vida llena, de una vida superflua, vacía, irrelevante, triste.
El anciano no puede esperar hoy, por desgracia, el apoyo de una sociedad que lo reverencie, que aprecie su sabiduría, la sociedad actual está idiotizada por el papanatismo de lo "nuevo", no vale la experiencia, no vale la antigüedad, lo viejo no vale ni para los museos. El anciano sólo puede esperar, en el mejor de los casos, una atención sanitaria que no colapse, una seguridad social que no le reduzca a la mendicidad y tendrá que intentar encontrar sus propias soluciones biográficas a un problema socialmente creado, la proliferación de la vejez: mantener sus redes sociales, seguir activo y conectado al mundo circundante, haber conseguido procurarse unos ahorros para complementar su pensión, etc. Todos estos y otros muchos son los retos a los que el anciano va a tener que enfrentarse a solas en una sociedad, la del inmediato futuro, que sigue mirando hacia otro lado.
¿Tendrán los ancianos que politizarse para superar el silencio y la irrelevancia? Quizás lo veamos, y más pronto que tarde. Un ejemplo ha sido la lucha de los preferentistas, mañana quizás sea la de los mayores reclamando una muerte digna o exigiendo residencias para todos, o mejores cuidados domiciliarios, o luchando por una buena ley de dependencia. El futuro sigue, como siempre, abierto.
La pintura se ha acercado a la vejez a su propia manera. El primer período del arte que va a contemplar un acercamiento naturalista a la vejez y va a encontrar en ella incluso un modo peculiar de belleza va a ser el barroco; así este retrato del autríaco Christian Seybold (1695-1768) nos muestra un rostro de anciana con una serena belleza, a la vez que se complace en delinear cada una de las arrugas que lo surcan.
El arte contemporáneo ha producido también acercamientos a la vejez extraordinarios, como este retrato de
David Hockney de su madre, tan escueto formalmente como emocionalmente expresivo.
Este retrato del autor americano Jacob Collins (1964) parece remontar a la austeridad de un Velázquez por su fondo pardo, sus vestidos negros y su pose digna, algo reticente, la mirada cauta y sabia.
Modelos de lo socialmente aceptable o deseable en la vejez: la anciana vecina y sus tiestos, la anciana como la abuelita que hace tartas a sus nietos y que, jardinera infatigable, mantiene una terraza espectacular, el cuadro es del americano Grant Wood.
Imágenes también de lo temible en la vejez: El Alzheimer y la pérdida del yo, de la luz de la inteligencia, en este caso gracias a la mirada escrutadora, casi cruel, de Lucian Freud en uno de los retratos que hizo de su madre, la mirada perdida, vacía, de la madre resume todo el drama en esta bellísima a la vez que conmovedora obra.
La vejez y el espectro de la soledad, en este caso la impactante imagen es del americano
Andrew Wyeth.
Otra imagen de la soledad, o del vacío, en la vejez, un anciano sentado mirando al horizonte, perdido en sus pensamientos. Recuerdo que cuando vi esta imagen por primera vez recordé a mi abuelo paterno, era muy suyo ese quedarse a ratos ausente así sentado, yo de crío no imaginaba qué podía pensar en esos momentos, hoy con no poca melancolía aún me lo pregunto. La obra es del pintor americano David Alexander Colville.
Imágenes de una feliz ancianidad: el abuelo y su nieto, una maravilla de Domenico Ghirlandaio (1449-1494)
Más ancianos felices, en este caso la conmovedora y algo almibarada imagen de abuelito y niña es de John Everett Millais.
Dentro de lo socialmente admitido y deseable, esta imagen de nieto leyéndole al abuelo, del suizo Albert Anker. En una sociedad campesina y protestante la imagen del anciano enfermo cuidado por los suyos toma un sesgo moralizante: muestra lo que debe ser.
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El siglo XIX abunda en imágenes idealizadas o moralizantes de la vejez. En este caso nos muestra un desideratum: la pareja de ancianos que ha sabido/conseguido llegar juntos hasta el final de sus días en amor y buena compañía. La obra es del flamenco
Edmond van Hove.
Si la mirada del siglo XIX tiende a ser sentimental o moralizante, la del XX en cambio es escrutadora, incómoda, interrogante. El cuerpo del viejo: la decrepitud, la fealdad, y al mismo tiempo un cierto modo de vindicación de otro modo diferente, alternativo, de ser. Lucian Freud de nuevo, esta vez un autorretrato.
Terry Rodgers en este desnudo de viejo vuelve a la carga contra lo que él llama la "política del cuerpo" vigente en nuestra sociedad actual y lo hace atacando donde más duele: frente al alienante modelo estándard de belleza joven y atlética, el cuerpo consumido, deforme de un viejo.
La pintua contemporánea ahonda en sus incómodos interrogantes, aquí de la mano de la joven pintora sudafricana Deborah Poynton¿Hay sexualidad en la vejez? La imagen, turbadora precisamente por ser naturalista del modo más neutro posible, nos muestra una pareja de tercera edad, ¿Acaban de tener relaciones sexuales, o las van a tener? ¿Impúdico o un modo de reivindicar lo obvio?
Una imagen inquietante de la vejez: el medigo, el homeless. La imagen es del suizo
Ernest Bieler.
Frente al mendigo, el anciano acomodado, el rodeado del respeto debido, en este caso el artista británico William Nicholson retrata a la famosa Gertrude Jekyll, diseñadora de jardines de la época victoriana, una de las mujeres más influyentes de su época en Inglaterra.
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Otro modelo del anciano protegido por el aura del respeto social: Lev Tolstoi fue el intelectual más influyente de su tiempo en Rusia, probablemente lo sigue siendo aún hoy. En sus últimos años
Ilia Repin, que había documentado numerosos retratos suyos, pintó este retrato de su última senectud, el poderoso intelectual de otro tiempo aquí se nos muestra como un frágil anciano, la luz de su mirada ya vacilante y mortecina, el final está muy cercano.
Otro modelo de sociedad donde la vejez, la experiencia de los ancianos es reverenciada y ensalzada: en la patriarcal sociedad del judaísmo rabínico el rabino es por excelencia el paradigma del sabio y del anciano como realidades que forman una sola existencia. Este retrato de rabino es también del inigualable Ilia Repin.
Frente al anciano bueno, el modelo indeseable, la mala vieja, la bruja sospechosa, la Celestina, de Pablo Ruiz Picasso.
Otro modelo de lo inapropiado en la vejez: la vieja que quiere hacerse la moza, aquí en un cruel cuadro, cómo no, de un barroco: el italiano Bernardo Strozzi.
La vejez y la codicia: ¿Un tópico o, como se suele decir de los tópicos, una verdad muy repetida? En este caso la imagen moralizante da pie al español-napolitano José de Ribera para crear una imagen cruel, paradigmática, inolvidable: La vieja usurera.
La vejez como la pérdida del deseo, del atractivo, como la despedida de la belleza, la sensualidad, la vejez como odio de uno mismo, fascinante imagen ante el espejo este autorretrato de un ya mayor Konstantin Somov que evalúa como de refilón esa imagen deteriorada de sí mismo, rodeado el autrorretrato de todos esos símbolos de atractivo, un tocador con corbatas, perfume, flores, la lacerante despedida de todo eso.
La vejez como enfermedad, el retrato es del joven artista canadiense Shaun Downey quien pinta a su madre a los 89 años en su lecho de enferma.
La vejez y la muerte: Este anciano que reposa en su barca, pintado a la témpera por Andrew Wyeth, parece un antiguo rey vikingo abandonado en su esquife a merced de las olas para emprender, sereno, su último viaje.