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El sueño de la razón: Alfred Kubin

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"El sueño de la razón produce monstruos", así reza en un conocido grabado de Goya, quien será el primer artista en abrir una puerta al arte hacia el subconsciente, en sus grabados de la serie de "Los Caprichos" o en "Los Desastres de la guerra", compaginando así en su obra el prestar un testimonio de un tiempo convulso, pero sin pretender ser una crónica literal, sino filtrando sus vivencias a través de la lente deformante de su arte y dando acta de nacimiento a esa modalidad de creación artística tan española: el Esperpento. 

Del  mismo modo que la Guerra de Independencia fue una época convulsa para España, las dos guerras mundiales lo fueron para toda Europa y todo su absurdo y su locura destructiva tuvieron un extraordinario vate en el autor bohemio Alfred Kubin (Litomoíice, Bohemia 1877 - Zwickledt, Wernstein am Inn, Austria 1959). Kubin fue un hombre muy atormentado, de joven intenta suicidarse ante la tumba de su madre, pero su arma se encasquilla y falla, siendo internado en un sanatorio mental. No obstante recurrentes crisis depresivas, su carrera artística se desenvolverá a lo largo de toda su vida como una especie de terapia alternativa. 

Se forma en Munich con el expresionista Karl Schmidt Rottluff, posteriormente en 1901 entra en contacto con Max Klinger, influencia decisiva en su arte, junto con la de Goya o Edward Munch, y en 1905 viaja a París donde conoce a Odilon Redon, a través del cual entra en contacto con los círculos simbolistas franceses. Sobre 1905 o 1906 adquiere un antiguo castillo del siglo XIII en Zwickledt, en la Alta Austria, donde vivirá recluido prácticamente el resto de su vida. 

En 1909 muere su padre y sobre esa fecha comienza su carrera como escritor con la novela titulada "La otra parte" una obra importante en la lengua alemana, una extraña distopía, a la que seguirían otras ocho novelas más. Publicará ilustraciones para sus propias obras y para otros autores como Edgard Allan Poe, Hoffmann, Dostoyevski, Oscar Wilde o Gerard de Nerval. Hace también algunas incursiones en la pintura, aunque la mayor parte de su obra siguen siendo ilustraciones, hechas mediante dibujos a lápiz o a plumilla, litografías, acuarelas u otras variadas técnicas gráficas. 

Establece amistad con los pintores del movimiento Der Blaue Reiter, como Paul Klee y Franz Marc y como escritor frecuenta a Kafka y a Hermann Hesse. Es un intelectual muy respetado de la cultura centroeuropea, su obra va mucho más allá de los umbrales del simbolismo, para llegar a ser un precedente del movimiento surrealista en su reivindicación del sueño, del inconsciente, en su negra premonición de una Europa a punto de autodestruirse, en su conexión con el contemporáneo psicoanálisis. La muerte y el sexo son temas recurrentes en un mundo de pesadilla donde no hay salida, sus imágenes son claustrofóbicas y agobiantes y nos muestran esa "otra parte" hacia la que no nos gusta mirar, el subconsciente amenazador de nuestras fobias más íntimas.





























































































































La belleza efímera: George Barbier

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La primera guerra mundial (1914-1918) supuso un terrible trauma para la sociedad europea, para su estilo de vida y para el concepto que ésta tenía de sí misma. Por ello no es extraño que el período que sigue, el que se ha venido en llamar período de entreguerras, pero también los felices años 20, se caracterizara por un inmenso deseo de disfrutar de la vida, de mirar hacia adelante, de respirar, de gozar de cuantos placeres pudieran obtenerse. Así el arte popular de las revistas ilustradas y la publicidad alientan una imagen de lujo, sofisticación, cosmopolitismo, modernidad y hedonismo. 

Al amparo del crecimiento económico vertiginoso de los años veinte proliferan los nuevos ricos que quieren dar una capa de glamour a su reciente dinero y no ven mejor manera de hacerlo que vistiéndose en Poiret, Lanvin o Chanel, o comprando objetos de Lalique o de Cartier. La alta sociedad y sus rituales de exhibición de lujo y de modales florece en todo su esplendor. Sociedad ociosa y acelerada a un tiempo, "The show must go on": es la época dorada de Broadway , del Folies Bergère, de los cabarets canallas berlineses. Los ricos, y los no tan ricos, quieren diversión, y buscan y al final crean una estética a su medida; la estética que plasma este estado de ánimo, este estilo de vida es el ART DECÓ.

El Art decó funciona así en paralelo a las vanguardias, y mientras éstas se adentran mediante su búsqueda y experimentación formal en terrenos cada vez más distantes del gusto común del público, el Art decó ofrece una alternativa más pragmática y menos exclusivista, proporcionando una variedad de imágenes y de objetos artísticos que van a configurar el gusto moderno del momento, así esta tendencia impone sus modos en la arquitectura, la moda, la escultura, el diseño industrial, las revistas ilustradas, los libros, la decoración de interiores y el mobiliario, y, cómo no, la publicidad.

En este contexto la obra y la figura de George Barbier (Nantes 1882 - París 1932) es el paradigma del Art decó. Su obra, si uno repara en sus bellísimas ilustraciones una por una, no es especialmente original, sus fuentes pueden rastrearse con facilidad: el japonismo, el rococó, la pintura de los vasos griegos, el art nouveau, las miniaturas persas e indias y algunos autores más cercanos en el tiempo como Leo Bakst o Audrey Beardsley. 

Como ilustrador de revistas de moda y de publicaciones populares no tiene una gran inquietud por ser extremadamente original, lo suyo no es la obra única de elevado precio, sino la ilustración que llegará a todas las casas, que acaso acabará colgada de una chincheta de cualquier pared, su registro es el diseño de moda, de vestuarios y decorados para los ballets, tanto los descocados del Folies como los más rompedores ballets rusos de Nijinsky, su propósito es anunciar el perfume o el producto de moda, asociándolo a una imagen de lujo, de exotismo, de modernidad, pero todo ello al alcance de la mano, accesible a cualquier modistilla o ama de casa que pueda comprar la Gazette du bon ton, el Vogue o el Journal des dames et des modes. La belleza al alcance de las masas, una imagen de elegancia que te hace soñar con lejanos paraísos exóticos, con aventuras diciochescas, chinescos de cuento o femmes fatales de noche que por la mañana se transforman en oficinistas o en chicas de barrio.

El reinado de George Barbier durará apenas veinte años, desde 1912 en que expone por primera vez hasta 1932, fecha de su temprana muerte. Creador de moda, pintor, ilustrador de relatos, de revistas, publicista, diseñador de objetos de lujo, periodista de sociedad, dandy extravagante, él es el alma de todos los saraos, el arbiter elegantiarum de los felices 20 en París, su obra, como su tiempo, una belleza efímera que no tardará en ser arrasada por los tanques de Hitler y de la que sólo nos queda, como de un leve perfume, su recuerdo.

 






































































































































SENECTUD

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Nuestra sociedad contemporánea vive en una incómoda contradicción respecto de la vejez, por una parte en nuestra época, gracias a los progresos de la atención sanitaria, la medicina y la mejora de los estándares de vida, es cuando más personas alcanzan la vejez en términos absolutos, al menos en nuestras sociedades occidentales desarrolladas, por otra parte el discurso social hegemónico ignora totalmente a los viejos; somos una sociedad por y para jóvenes. 

Naturalmente esto no resiste el más mínimo análisis y es sólo una ficción, una construcción del imaginario colectivo, pero se mire a donde se mire no se encontrará más que a jóvenes, o a maduros juvenilizados, porque el único discurso vigente es el que habla de la juventud y de los valores que se le asocian, como la vitalidad, la sexualidad, la belleza. La vejez hoy sería apenas un hueco, una negación. Del mismo modo que algunos teólogos definían el mal como la ausencia del bien, la vejez en nuestros días, más que un estado propio se definiría por ser un estado de ausencia, la no-juventud.

Preguntarnos por la vejez es hacernos un montón de preguntas incómodas y desagradables ¿Tendré bastante dinero? es decir ¿Me llegará la pensión? ¿Llegaré a ella en pareja? ¿Y si me quedo solo? ¿Mis hijos me cuidarán o acabaré en una residencia? (asilo es una palabra hoy evitada, como vejez, sólo se habla de residencias y de tercera edad) ¿Sufriré alguna enfermedad incapacitante? ¿Dependeré de los demás, acaso de desconocidos? ¿Podré morir con dignidad, cuando y como yo decida? ¿Padeceré Alzheimer? si es así ¿Seré capaz de darme cuenta y cómo? En el futuro va a haber cada vez más ancianos ¿Cómo será una sociedad de seniors? Preguntarse por la vejez es preguntarse por el final de los días, por la finalidad de la vida, por los valores y los contenidos que distinguen una vida digna, una vida llena, de una vida superflua, vacía, irrelevante, triste.

El anciano no puede esperar hoy, por desgracia, el apoyo de una sociedad que lo reverencie, que aprecie su sabiduría, la sociedad actual está idiotizada por el papanatismo de lo "nuevo", no vale la experiencia, no vale la antigüedad, lo viejo no vale ni para los museos. El anciano sólo puede esperar, en el mejor de los casos, una atención sanitaria que no colapse, una seguridad social que no le reduzca a la mendicidad y tendrá que intentar encontrar sus propias soluciones biográficas a un problema socialmente creado, la proliferación de la vejez: mantener sus redes sociales, seguir activo y conectado al mundo circundante, haber conseguido  procurarse unos ahorros para complementar su pensión, etc. Todos estos y otros muchos son los retos a los que el anciano va a tener que enfrentarse a solas en una sociedad, la del inmediato futuro, que sigue mirando hacia otro lado. 

¿Tendrán los ancianos que politizarse para superar el silencio y la irrelevancia? Quizás lo veamos, y más pronto que tarde. Un ejemplo ha sido la lucha de los preferentistas, mañana quizás sea la de los mayores reclamando una muerte digna o exigiendo residencias para todos, o mejores cuidados domiciliarios, o luchando por una buena ley de dependencia. El futuro sigue, como siempre, abierto.




La pintura se ha acercado a la vejez a su propia manera. El primer período del arte que va a contemplar un acercamiento naturalista a la vejez y va a encontrar en ella incluso un modo peculiar de belleza va a ser el barroco; así este retrato del autríaco Christian Seybold (1695-1768) nos muestra un rostro de anciana con una serena belleza, a la vez que se complace en delinear cada una de las arrugas que lo surcan.





El arte contemporáneo ha producido también acercamientos a la vejez extraordinarios, como este retrato de David Hockney de su madre, tan escueto formalmente como emocionalmente expresivo.





Este retrato del autor americano Jacob Collins (1964) parece remontar a la austeridad de un Velázquez por su fondo pardo, sus vestidos negros y su pose digna, algo reticente, la mirada cauta y sabia.





Modelos de lo socialmente aceptable o deseable en la vejez: la anciana vecina y sus tiestos, la anciana como la abuelita que hace tartas a sus nietos y que, jardinera infatigable, mantiene una terraza espectacular, el cuadro es del americano Grant Wood.





Imágenes también de lo temible en la vejez: El Alzheimer y la pérdida del yo, de la luz de la inteligencia, en este caso gracias a la mirada escrutadora, casi cruel, de Lucian Freud en uno de los retratos que hizo de su madre, la mirada perdida, vacía, de la madre resume todo el drama en esta bellísima a la vez que conmovedora obra.





La vejez y el espectro de la soledad, en este caso la impactante imagen es del americano Andrew Wyeth.





Otra imagen de la soledad, o del vacío, en la vejez, un anciano sentado mirando al horizonte, perdido en sus pensamientos. Recuerdo que cuando vi esta imagen por primera vez recordé a mi abuelo paterno, era muy suyo ese quedarse a ratos ausente así sentado, yo de crío no imaginaba qué podía pensar en esos momentos, hoy con no poca melancolía aún me lo pregunto. La obra es del pintor americano David Alexander Colville.





Imágenes de una feliz ancianidad: el abuelo y su nieto, una maravilla de Domenico Ghirlandaio (1449-1494)





Más ancianos felices, en este caso la conmovedora y algo almibarada imagen de abuelito y niña es de John Everett Millais.





Dentro de lo socialmente admitido y deseable, esta imagen de nieto leyéndole al abuelo, del suizo Albert Anker. En una sociedad campesina y protestante la imagen del anciano enfermo cuidado por los suyos toma un sesgo moralizante: muestra lo que debe ser.





El siglo XIX abunda en imágenes idealizadas o moralizantes de la vejez. En este caso nos muestra un desideratum: la pareja de ancianos que ha sabido/conseguido llegar juntos hasta el final de sus días en amor y buena compañía. La obra es del flamenco Edmond van Hove.





Si la mirada del siglo XIX tiende a ser sentimental o moralizante, la del XX en cambio es escrutadora, incómoda, interrogante. El cuerpo del viejo: la decrepitud, la fealdad, y al mismo tiempo un cierto modo de vindicación de otro modo diferente, alternativo, de ser. Lucian Freud de nuevo, esta vez un autorretrato.





Terry Rodgers en este desnudo de viejo vuelve a la carga contra lo que él llama la "política del cuerpo" vigente en nuestra sociedad actual y lo hace atacando donde más duele: frente al alienante modelo estándard de belleza joven y atlética, el cuerpo consumido, deforme de un viejo.





La pintua contemporánea ahonda en sus incómodos interrogantes, aquí de la mano de la joven pintora sudafricana Deborah Poynton¿Hay sexualidad en la vejez? La imagen, turbadora precisamente por ser naturalista del modo más neutro posible, nos muestra una pareja de tercera edad, ¿Acaban de tener relaciones sexuales, o las van a tener? ¿Impúdico o un modo de reivindicar lo obvio?





Una imagen inquietante de la vejez: el medigo, el homeless. La imagen es del suizo Ernest Bieler.





Frente al mendigo, el anciano acomodado, el rodeado del respeto debido, en este caso el artista británico William Nicholson retrata a la famosa  Gertrude Jekyll, diseñadora de jardines de la época victoriana, una de las mujeres más influyentes de su época en Inglaterra.





Otro modelo del anciano protegido por el aura del respeto social: Lev Tolstoi fue el intelectual más influyente de su tiempo en Rusia, probablemente lo sigue siendo aún hoy. En sus últimos años Ilia Repin, que había documentado numerosos retratos suyos, pintó este retrato de su última senectud, el poderoso intelectual de otro tiempo aquí se nos muestra como un frágil anciano, la luz de su mirada ya vacilante y mortecina, el final está muy cercano.





Otro modelo de sociedad donde la vejez, la experiencia de los ancianos es reverenciada y ensalzada: en la patriarcal sociedad del judaísmo rabínico el rabino es por excelencia el paradigma del sabio y del anciano como realidades que forman una sola existencia. Este retrato de rabino es también del inigualable Ilia Repin.





Frente al anciano bueno, el modelo indeseable, la mala vieja, la bruja sospechosa, la Celestina, de Pablo Ruiz Picasso.





Otro modelo de lo inapropiado en la vejez: la vieja que quiere hacerse la moza, aquí en un cruel cuadro, cómo no, de un barroco: el italiano Bernardo Strozzi.





La vejez y la codicia: ¿Un tópico o, como se suele decir de los tópicos, una verdad muy repetida? En este caso la imagen moralizante da pie al español-napolitano José de Ribera para crear una imagen cruel, paradigmática, inolvidable: La vieja usurera.





La vejez como la pérdida del deseo, del atractivo, como la despedida de la belleza, la sensualidad, la vejez como odio de uno mismo, fascinante imagen ante el espejo este autorretrato de un ya mayor Konstantin Somov que evalúa como de refilón esa imagen deteriorada de sí mismo, rodeado el autrorretrato de todos esos símbolos de atractivo, un tocador con corbatas, perfume, flores, la lacerante despedida de todo eso.





La vejez como enfermedad, el retrato es del joven artista canadiense Shaun Downey quien pinta a su madre a los 89 años en su lecho de enferma.





La vejez y la muerte: Este anciano que reposa en su barca, pintado a la témpera por Andrew Wyeth, parece un antiguo rey vikingo abandonado en su esquife a merced de las olas para emprender, sereno, su último viaje.






AU PLEIN AIR: Jaime Morera y Galicia

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En 1857 un joven pintor de origen belga, Carlos de Haes (Bruselas 1826 - Madrid 1898), obtiene por oposición la cátedra de pintura de paisaje de la Escuela Superior de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, iniciando así una decisiva revolución en la pintura de paisaje en España. Hasta entonces la pintura de paisaje se trabajaba en el estudio, si bien en ocasiones basándose en bocetos tomados del natural,  y sobre todo servía al arte romántico para subrayar el exotismo del paisaje español, visto, más que con ojos españoles, a través de la imagen tópica de los viajeros ingleses o franceses, con sus ruinas morunas, sus bandoleros achulapados y sus gitanas flamencas, un horror de pintura, vamos. 

Este estado de cosas es el que Carlos de Haes se propone corregir con una disciplina auténticamente puritana, instaurando la pintura de paisaje "au plein air", es decir, que el pintor de paisaje de ahora en adelante se va a recorrer sierras y quebradas, va a trepar a los montes, va a quemarse por el sol en las playas y a helarse de frío entre las nieves, a mojarse cuando Dios quiera que llueva, todo en aras de retratar el paisaje con total veracidad, sin adornos y sin flamencas de por medio, como un notario o un topógrafo, que va a dar cuenta de la luz, del color, de la textura, de la geometría de un determinado lugar. 

Su trabajo le costará, pero Haes es un luchador y desde su cátedra se hace con un grupo de fieles que le van a secundar en esta revolución artística: Aureliano de Beruete será uno de ellos, un enorme pintor, aunque sin duda el discípulo más querido de Haes (a él le dejará como heredero de su obra y de sus posesiones) será Jaime Morera y Galicia (Lleida 1854 - Madrid 1927). Deudor también de esta corriente aunque tardío, será el ilustre Joaquín Sorolla y Bastida, aunque no llegó a formar parte del grupo.

Hoy quiero traer a este blog la obra interesantísima de Jaime Morera, catalán afincado en Madrid, que continúa el camino abierto por su maestro y lo lleva aún más lejos. Si la pincelada de Haes es aún bastante clásica, si toma del natural, pero luego concluye en el estudio con mucho detalle y primor, la pincelada de Morera en cambio es más impaciente, más rápida; algunos efectos abocetados, donde el pintor está pendiente sólo del efecto lumínico, de la textura, se parecen ya mucho a lo que hacen en Francia los impresionistas. Él, con todo, permanece fiel a sus principios y se distancia de los ismos, tanto de los impresionistas como de los iluministas, en su afán de veracidad insobornable y severa. 

Al menos ese principio es el que preside toda su serie dedicada a la sierra madrileña del Guadarrama, probablemente ningún pintor español ha pintado las cumbres de esta sierra como Morera. Ya más adelante, en su obra de madurez, el autor se deja seducir por una pintura más colorista, más bonita, de pincelada gruesa y con un gran parecido al impresionismo que ya también está introduciéndose en España.

Pienso en la moda un tanto pija que los progres de la Institución Libre de Enseñanza introdujeron de las excursiones al campo, en concreto los institucionistas son unos grandes forofos de la sierra del Guadarrama, y me pregunto si ese deseo de  conocer el paisaje no les llegaría inducido por estos pintores realistas que, excursionistas tempranos, antes que ningún españolito quisiera gastar suelas pisando los caminos del monte, se iban al campo a coger catarros (Haes murió de una pulmonía) con los trastos de pintar al hombro y fueron así los pioneros en enseñar a sus paisanos el amor por la Naturaleza.





 Jaime Morera. Guadarrama, 1897.





Jaime Morera. Guadarrama.





 Jaime Morera. Guadarrama.





 Jaime Morera. Guadarrama.





 Jaime Morera. Picos de la Najarra.





 Jaime Morera. Sierra de Guadarrama.





Jaime Morera. Cabeza de hierro. Guadarrama.





 Jaime Morera. Peñalara, Sierra de Guadarrama.





 Jaime Morera. Guadarrama.





Jaime Morera. Leñadoras.





Jaime Morera. Patio de Miraflores.





 Jaime Morera. Jardingane, Algorta, 1912.





 Jaime Morera. Lirios





 Jaime Morera. Jardinera.





 Jaime Morera. Estudio de flores moradas.





Jaime Morera. Marina.





 Jaime Morera. Gabarra esperando la marea.





Jaime Morera. Playa con sol poniente.




Imaginando a los romanos III: Los Idus de marzo

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Cierto día, mientras César ofrecía un sacrificio a los dioses, uno de los sacerdotes especializados en extraer agüeros consultando las vísceras de los animales sacrificados, un arúspice etrusco llamado Espurinna, le anunció que se guardara de un gran peligro que no se demoraría más allá de los idus de marzo (15 de marzo). 

El día anterior a los idus, se vio en Roma un presagio funesto: un reyezuelo que volaba llevando en el pico una rama de laurel en dirección a la curia de Pompeyo, era atacado por una multitud de otras aves y despedazado en pleno vuelo. 

La noche de la víspera, el propio César se ve en sueños volando por los aires y estrechando la mano de Júpiter; al mismo tiempo su esposa Calpurnia sueña que el techo de su casa se hunde mientras su esposo es apuñalado entre sus brazos, al despertarse del sueño pudo ver cómo las puertas de su dormitorio se abrían súbitamente sin que nadie las empujara.

Este momento nocturno es el que parece haber representado el pintor victoriano Sir Edward John Poynter (1836 - 1919), aún de noche, Calpurnia, desvelada, intenta convencer a su esposo de que no asista a la sesión del Senado que tendrá lugar de aquí a unas horas, le explica su sueño que, está segura, es una advertencia de los dioses. La hora es oscura, pero el gesto de Calpurnia señala la salida del sol más allá de la colina del Capitolio, aún hay tiempo, César podría decir que está indispuesto. 

Y de hecho se encuentra indispuesto, según parece, aquejado de su afección epiléptica, no pudo salir de casa hasta sino hasta bien avanzada la mañana e incluso llegó a pensar en no hacerlo. Al final el César, sobreponiéndose y rechazando los malos presagios como meras aprensiones, se dirige a la curia de Pompeyo donde se ha convocado la reunión del Senado. 

Por el camino se encuentra a Espurinna, el arúspice, y bromea con él tachándolo de impostor, le dice: "¿Ves? ya han llegado los idus de marzo", a lo que el otro le responde una frase memorable: "Han llegado, César, pero aún no han pasado".





Edward John Poynter, Los idus de marzo, 1883. Manchester City Art Galleries.




Imaginando a los romanos IV: Sic semper tyrannis

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Los conjurados le rodearon al tomar asiento simulando que deseaban ofrecerle sus respetos, y acto seguido Cimber Tilio, que se había reservado el papel de protagonista, se le acercó aún más como si quisiera pedirle un favor, pero al rechazarle César e indicarle con un ademán que aplazara su petición para otro momento, lo cogió de la toga por los hombros y, al exclamar César: "¡Esto es un acto de violencia!",  uno de los dos Casca le hirió por la espalda algo más abajo de la garganta. César le agarró del brazo y se lo atravesó con su estilete, luego intentó escapar, pero otra herida le obligó a detenerse. Entonces, al darse cuenta de que era el blanco de innumerables puñales que contra él se blandían de todas partes, se cubrió la cabeza con la toga, y con la mano izquierda hizo descender los pliegues hasta la extremidad de las piernas para caer con más dignidad, puesto que así quedaba cubierta la parte inferior de su cuerpo, y en esta posición pereció acuchillado por veintitrés puñaladas, habiendo lanzado sólo un gemido al primer golpe pero sin proferir palabra alguna. [...] Entonces todos los presentes se dieron a la fuga mientras César, exánime, permaneció algún tiempo tendido en el suelo, hasta que tres jóvenes esclavos le colocaron en una litera y en ella le transportaron, con el brazo colgando, a su casa."
Gaius Suetonius Tranquillus, Divus Iulius, LXXXII, 1-3.
Traducción de Mariano Bassols de Climent.

De este modo tan cinematográfico nos describe Suetonio el asesinato de César por los conjurados. Toda la tensión, la brutalidad, el espesor de la sangre derramada, el miedo y la violencia mimética de los asesinos, el dolor y la resignación de la víctima, todo está pulidamente narrado por este bibliotecario romano que vivió más de un siglo después. Los romanos gustaban de narrar este tipo de detalles, por dónde le entró el puñal, cómo se suicidó, eran una sociedad acostumbrada a la violencia. El asesinato de César ha sido el arquetipo de todo magnicidio, todo terrorista que ha matado a un gobernante se ha sentido otro Bruto, otro Casio, se ha sentido justificado en su santa ira y en su lucha por la libertad, contra el tirano, más de uno incluso, como el asesino de Lincoln, hasta ha proferido el tópico "sic semper tyrannis", así siempre a los tiranos, ante un público estupefacto. Así una y otra vez, arreglando el mundo mediante la violencia, sólo para que el mundo siga necesitando arreglo, porque así no, así no...

Ese momento final, cuando el cuerpo queda tendido en el suelo y los matadores huyen, aún dándose palmaditas en el hombro, animándose supongo para quitarse el miedo a lo que acaban de hacer, a las consecuencias ineluctables que habrán de venir, ese momento vacío final en que sólo queda un giñapo en el suelo en medio de un charco de sangre, rodeado de silencio, ese instante es el que Jean-Léon Gérôme (1824 - 1904) ha elegido representar de la muerte de César, una sala vacía (al fondo salen puñal en ristre los asesinos), y a un lado en penumbra yace un cuerpo aún tibio sobre el mármol, cubierto por la toga. El César ha muerto.



Jean-Léon Gérôme. La muerte de César. 1867. Tha Walters Art Museum. Baltimore




San Antonio de los alemanes, ardor barroco

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Hay un lugar asombroso en Madrid que muy pocos conocen, a pesar de estar en el mismísimo centro de la ciudad, oculto en lo más obvio. Si uno sale desde la Gran Vía a la altura de Callao en dirección norte por la calles estrechas de detrás, enseguida enfila la corredera baja de San Pablo y allí, haciendo esquina con la calle Puebla, se encontrará con un edificio de ladrillo de exterior anodino perteneciente a la Real Hermandad del Refugio, una institución caritativa con siglos de antigüedad. Seguramente, más que en el edificio reparará en las colas de menesterosos que acuden a su comedor social. 

Esta manzana tiene en su esquina una iglesia pequeñita que desde fuera no llama la atención, es necesario entrar para quedarse boquiabierto y sobrecogido, nada más cruzar el umbral, por la maravilla barroca que contiene, como una ostra perlífera, tosca y anodina por fuera, nacarado continente de una joya preciosa (me viene ahora a la memoria que barroco justamente es un nombre que alude a un tipo de perla rara).

La historia de la iglesia es azarosa; se construyó bajo el reinado de Felipe III, entre 1625 y 1630, vinculada a la institución caritativa San Antonio de los portugueses (piénsese que en esa época Portugal y España estaban bajo la misma corona), de ahí la dedicación a San Antonio de Padua, un santo portugués  nacido en Lisboa muy milagrero y muy popular entre las clases humildes. 

Tras la muerte del rey Felipe IV, la iglesia pasó al patrimonio de la reina doña Mariana de Austria. Para entonces Portugal ya se había independizado de la corona española y se cambió el nombre por el que tiene en la actualidad, ya que la institución había de servir al alojamiento y curación de los alemanes católicos pobres o enfermos, y por supuesto a la conversión de los aquejados de la enfermedad de la herejía.

Con el cambio de dinastía Felipe V de Borbón otorga la administración de la iglesia y de la institución de caridad anexa a la Real y Pontificia Hermandad del Refugio y Piedad, con lo que la finalidad caritativa de la institución tendrá continuidad hasta nuestros días. El feo exterior actual se debe a una restauración decimonónica poco afortunada.

La construcción, obra del jesuíta Pedro Sánchez y el arquitecto Juan Gómez de Mora es muy sencilla: la planta está constituída por un espacio elíptico, rodeado por un muro corrido grueso que sujeta sin pechinas una bóveda encamonada (dícese de una falsa bóveda, formada de materiales de poco peso, como yeso o cañas, cosa por otra parte muy frecuente en el barroco). El diseño arquitectónico es típicamente barroco, por lo de la elipse, pero ciertamente los arquitectos no se calentaron mucho la cabeza. 

Lo sorprendente, lo espléndido, lo alucinante (literalmente), es la decoración al fresco. Todo el interior de la iglesia está pintado, no hay ni un metro cuadrado de pared libre de decoración, se podría decir que su interior es el sueño loco de un grafitero. La iconografía sigue en los muros verticales la narración de algunos de los muchos milagros de San Antonio, así como, en la parte de abajo, entre los arcos de los altares, aparecen los santos reyes, como San Fernando, Santa Isabel, San Hermenegildo, o San Luis de Francia, todos ellos defensores de la ortodoxia católica. Estos muros fueron pintados por el gran Luca Giordano

La cúpula en cambio está pintada en colaboración por Juan Carreño de Miranda y Francisco Rizzi y es una mezcla de trampantojo de arquitectura fingida y en lo más alto una apoteosis al estilo de las que se habían hecho en el Gesú o en San Ignazio en Roma, el tema, el triunfo de San Antonio de Padua. 

Las fotografías no llegan a dar tesimonio ni mínimamente de la impresión de estar DENTRO de un espacio semejante, es algo abrumador, mirar hacia la cúpula con esa visión triunfante de la hueste celestial y perderse en los detalles de las falsas columnas y decoraciones arquitectónicas es una experiencia casi de levitación, es la promesa del Cielo al alcance de los pobres, así es la Gloria con toda su pompa, la Gloria que nos espera.






 San Antonio de los alemanes, vista frontal de la nave






 San Antonio de los alemanes, vista desde el coro






 Altar mayor, proyectado por el arquitecto Miguel Fernández en 1760






 Detalle del altar mayor: Talla de San Antonio de Padua, obra del escultor Manuel Pereira






 Escudo de Felipe V sobre el altar mayor






 Muros laterales, milagros de San Antonio y santos reyes, obra de Luca Giordano






 Muros laterales, milagros de San Antonio y santos reyes, obra de Luca Giordano






 Muros laterales, milagros de San Antonio y santos reyes, obra de Luca Giordano






 Muros laterales, milagros de San Antonio, obra de Luca Giordano






 Muros laterales, milagros de San Antonio y santos reyes, obra de Luca Giordano






 Altar lateral con calvario de Luca Giordano






 Talla barroca de Cristo crucificado






 Portal de entrada con el órgano del coro y medallón con la imagen de Dª Mariana de Austria






 Cúpula elíptica, pintada por Francisco Rizzi y Juan Carreño de Miranda






 Cúpula elíptica, pintada por Francisco Rizzi y Juan Carreño de Miranda






 Cúpula elíptica,  pintada por Francisco Rizzi y Juan Carreño de Miranda






 Cúpula elíptica, pintada por Francisco Rizzi y Juan Carreño de Miranda






Cúpula detalle: apoteosis de San Antonio de Padua






Fragmento de un mapa de Madrid del siglo XVII atribuido a Antonio Teixeira, se ve la iglesia con la traza original debida al jesuita Pedro Sánchez y a Juan Gómez de Mora






 San Antonio de los alemanes en la actualidad, vista exterior






Plano alzado de la iglesia de San Antonio de los alemanes y el colegio de la real hermandad del refugio, visto desde la corredera de San Pablo, con la fachada fruto de la restauración de Ruiz de Salces en 1886.






 Vista aérea de google earth






Planta de San Antonio de los alemanes, la cúpula es una bóveda encamonada, sin tambor, que se sustenta directamente sobre un muro elíptico grueso conformado en sus volúmenes exteriores al trazado de la calle.





Si quieren saber más sobre este espacio único de nuestro barroco, pueden informarse en estos dos vínculos que les dejo a continuación, merece la pena visitarlos por lo completo de su información:

http://www.realhermandaddelrefugio.org/index.php/la-iglesia

http://madridconencanto-siema.blogspot.com.es/2015/01/san-antonio-de-los-alemanes.html



100.000 visitas y pico...

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Queridos visitantes, tanto si sois asiduos como ocasionales:

En primer lugar ¡MUCHAS GRACIAS POR VUESTRAS VISITAS!
Mi blog ha cruzado el Rubicón de las 100.000 visitas. Aunque no soy en absoluto un maniático de los números, ni de las fechas clave, creo sin embargo que la ocasión merece celebrarse aunque sea un poquito. 

Revisando las 193 entradas que tiene el blog después de casi tres años de andanzas, hay 10 entradas que han sido las más visitadas hasta el momento.

Por eso, os pido y os animo a los que pasáis por aquí a que me ayudéis a elegir la ENTRADA del blog, así, con mayúsculas, la que, dentro de las 10 más visitadas, por la razón que sea, os gusta más u os resulta más entrañable, yo, como podéis suponer no puedo juzgar porque todas son hijas mías y, mal que bien, las quiero a todas y no soy imparcial.

Para eso os he colocado una encuesta en la parte derecha de la pantalla, para que podáis votar la entrada que más os guste. También, por descontado podéis hacerlo vía comentario, esto es a gusto del consumidor.

La lista de las diez entradas más visitadas desde los comienzo de AB LAEVA RITE PROBATUM es la siguiente:   
(El título de la entrada contiene el enlace para acceder a ella y poder verla)


1. Miguel Cabrera y la pintura de castas






2. Eduardo García Benito: un español en Nueva York






3. Picasso, el Minotauro






4. Bernardo Vittone






5. Piet Mondrian






6. Iván Aivazovsky






7. MEDUSA: Una cabeza sin cuerpo






8.  ΓΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ 






9. Frederic Edwin Church, el Paraíso en la tierra












Manuela Carmena: Una primavera del arte

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De Catwoman, como un personaje de los Simpson, o una línea de metro, en bicicleta, como la diosa Cibeles, de abuelita tierna o como la Carmela de la canción, de todas las maneras posibles y con más inspiración o menos, pero con mucho cariño una multitud, porque es una multitud de artistas, unos conocidos, muchísimos anónimos, han querido contribuir a la campaña de Manuela Carmena aportando ilustraciones y carteles en las más varidas técnicas. 

Manuela Carmena, una mujer de 71 años con gafas de pasta y greña rebelde, se ha convertido en un icono pop gracias a la acción conjunta de todo un movimiento artístico que ha revolucionado las redes. Yo no he puesto en esta entrada sino un pequeña selección de las imágenes que más me gustan, pero os invito a que echéis una mirada en el vínculo madridconmanuela para que veáis por vosotros mismos  hasta dónde ha llegado esta marea.

Me gusta esto, me gusta, no sé lo que Manuela Carmena, la real, hará, o le dejarán que haga, al frente del Ayuntamiento de Madrid, igual al fin todo este capital de ilusión y expectativas acaba en desengaño, una emoción muy española que hasta tiene una calle propia en Madrid, cerca de la Gran Vía, pero en cualquier caso de momento me planteo dos reflexiones: En primer lugar que todo esto se ha hecho gratis et amore, es decir, frente a las campañas pagadas a caros estudios de publicidad que han hecho los demás partidos, esta anárquica/artística marea ha salido de las ganas de mucha gente por colaborar porque sí, sin esperar ni pago, ni siquiera reconocimiento (de hecho me he visto en las de Caín para encontrar a los autores, seguramente los más las han subido como anónimos). 

En segundo lugar, si uno mira todas estas imágenes, de lo que nos hablan es de ilusión, de cariño, de esperanza, de buen rollo, eso tan olvidado entre la resignación/asco al que nos habíamos acostumbrado, veíamos cada día las bravatas de Esperanza Aguirre en los telediarios y casi nos hacíamos a la idea de que al final iba a ser alcaldesa porque era lo que tocaba, como quien hereda una finca, y de repente, mira por dónde, una jubilada que no es ni política (lo cual no quiere decir que no haya hecho muchas cosas) llega y congrega, y la gente se vuelca porque está harta de malos modos, de mala leche, de sobres, y busca buen rollo, educación, bondad.

No sé si Madrid se merece a Carmena como dice el eslógan, pero sí me parece que nos merecemos, todos, una oportunidad de resetear, de probar otras cosas. De momento el arte sobrevuela Madrid con la cara de Carmena, no es un mal comienzo, le deseo lo mejor, lo va a necesitar.



Hay muchos autores de carteles que no he podido localizar por internet. Por favor, si alguno de los que leen este blog sabe los nombres de los autores le estaría muy agradecido de que se pusiese en contacto conmigo y me ayudase a completar la información y rellenar los huecos.




 Javitxuela




  Iñaki Frenchy














  Libertad Suárez




 Aníbal Hernández









 Carmen García Huerta














 Cristina Vergara




 Rosa Navarro














  Juan Berrio




  Lady Desidia




Cris Rivero




 Joaquín Rodríguez



















 Silvia Calles









 José Antonio Roda














 Ferluzifer









José Manuel Hortelano




Las cenizas de Foción

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Atenas, la patria de la democracia, la tan celebrada Atenas, trató a menudo con extrema ingratitud a algunos de sus mejores hombres. Todo el mundo conoce la historia de Sócrates que, acusado de pervertir a la juventud, fue obligado a beber la cicuta. No tantos conocen la historia de Foción, otro gran hombre que también fue obligado a beber la cicuta, y para más escarnio, a pagarla de su propio bolsillo, ya que el empleado público que tenía que elaborar la poción para varios condenados hizo menos cantidad de la necesaria y fue el propio condenado quien tuvo que cargar con el gasto de comprar más cicuta para poder así ser ajusticiado. 

La historia de Foción es uno de esos casos que ilustran cómo, según defienden los estoicos, el sabio no debe esperar el pago por las buenas acciones en este mundo, ya que a la excelencia le sigue como su sombra la envidia, de modo que en lugar de gratitud lo que se cosecha habitualmente es rencor, por lo que el hombre grande desdeña el elogio y no se envanece, sino que mira los altibajos de la Fortuna con ánimo equilibrado, cosa dificilísima que distingue al verdadero sabio del listillo de ocasión. 

Les recomiendo que lean  y averigüen sobre el tal Foción, de cuya vida, que debemos a Plutarco, sólo cito este final que muestra hasta qué punto llegaron los atenienses en su rencor al no permitir que se le enterrara en su patria y cómo una mujer, una desconocida, tuvo la grandeza de apiadarse de sus restos. Una bellísima historia.


"Era el día 19 del mes Muniquión, y haciendo los caballeros una especie de procesión en honor de Zeus, unos arrojaron las coronas, otros, volviéndose a mirar las puertas de la cárcel, prorrumpieron en llanto, y a todos los que no tenían el alma pervertida por el encono o por la envidia les pareció cosa execrable el no haber esperado por aquel día y no haber conservado a la ciudad pura de una ejecución pública mientras celebraba aquella festividad. Mas los enemigos de Foción creyeron que sería incompleto su triunfo si no hacían que hasta el cadáver de Foción fuera desterrado y que no hubiera ateniense que encendiera fuego para darle sepultura; así es que no hubo entre sus amigos quien se atreviese ni siquiera a tocarle. Un tal Conopión, que por precio solía ocuparse en estas obras, tomó el cuerpo, y llevándolo más allá de Eleusis, le quemó, encendiendo el fuego en tierra de Mégara. Sobrevino allí una mujer megarense con sus criadas, y levantando un túmulo vacío hizo las solemnes libaciones. Tomó después en su regazo los huesos, y llevándolos por la noche a su casa, abrió un hoyo junto al hogar, diciendo: “En ti, mi amado hogar, deposito estos despojos de un hombre justo, y tú lo restituirás al sepulcro paterno cuando los Atenienses hayan vuelto en su acuerdo.”

Plutarco. Vidas Paralelas: Foción, 36.





Nicolás Poussin. Paisaje con mujer recogiendo las cenizas de Foción (1648). Walker Art Gallery, Liverpool.




Un gabinete para el príncipe; Luis Egidio Meléndez

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El visitante del Museo del Prado que quiera disfrutar de una visita tranquila y sin multitudes que, guía al frente, le tapen los cuadros o le importunen con explicaciones no deseadas, tiene un remedio fácil, sólo tiene que subir al segundo piso por la fachada que mira al jardín botánico. Allí está toda la obra primera de Goya, los cartones para tapices, una maravilla, las bellas obras de Luis Paret, a quien ya dedicamos una entrada, y lo que a mí en particular me gusta más de esta zona, los bodegones de Luis Egidio Meléndez. Esta zona está habitualmente casi vacía y el espectador puede sumergirse en el siglo XVIII español sin ruidos y sin gentío y disfrutar a solas de su peculiar encanto.

Luis Egidio Meléndez es sobrino de un pintor del que ya hemos hablado alguna vez, Miguel Jacinto Meléndez, un retratista que llegó a ser pintor de cámara de Felipe V, su padre Francisco, hermano de éste, se especializó en la pintura de miniaturas y, como no le fuera tan bien como al tío, se marchó a Italia en busca de mejor fortuna. Allí, concretamente en Nápoles, nace Luis Egidio y allí vive hasta que el tío, que es el contacto de la familia con la corte, les insta a que vuelvan a Madrid. El viejo Alcázar de los Austrias se ha incendiado y un nuevo palacio, el Palacio de Oriente, se está construyendo sobre las cenizas. Hay trabajo para una enorme cantidad de pintores, escultores, ebanistas, decoradores, tapiceros, doradores, marmolistas, etc. Acá se vienen de nuevo los Meléndez, y al principio con buenas expectativas, se acaba de constituir la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y se necesitan profesores. Francisco Meléndez es nombrado director honorario y su hijo es admitido como uno de los primeros alumnos, sin embargo poco después una disputa del padre de nuestro artista con el director Luis Michel van Looacaba con la salida de padre e hijo de la Academia.

El joven pintor busca protector y parece hallarlo de momento en el príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV. Para él pinta en la década de los 70 una colección de bodegones para el gabinete de Historia Natural del príncipe, según la moda ilustrada. En este gabinete representará los variados frutos que el clima español produce según la estaciones. La primera ubicación de estas pinturas será la Casita del Príncipe en el Escorial, luego pasará a Aranjuez, para finalmente acabar en la colección del Museo del Prado.

Como tantos otros artistas que vinieron a Madrid en busca de trabajo y patrocinio, (pienso por ejemplo en Lorenzo Tiepolo), Luis Egidio Meléndez tuvo poca suerte y acabó viendo frustradas sus expectativas, el bodegón se consideraba un género menor y la casa real, aparte del encargo del gabinete, no volvió a pensar en Meléndez para mayores encargos, de modo que el pintor tuvo que arreglárselas como pudo en el mercado libre, que era más bien magro, y así, después de muchas peticiones inatendidas al rey, finalmente murió en Madrid en 1780 en la más completa indigencia.

Me apetece reivindicar la belleza de los bodegones de Meléndez, su honesto abordaje del tema, su solvencia en el tratamiento de las texturas, la delicadeza de las composiciones, las armonías de color tan bien equilibradas. Es una obra humilde quizás, pero seria, bella y verdadera, unas cualidades que no son fáciles de encontrar en la pintura del XVIII a menudo demasiado almibarada y escapista. Me gustan esos panes que tienen una presencia casi eucarística, la textura de esos jarros de barro, los humildes cacharros de cocina, los melones, ese jamón que casi huele, los ojos de esos pescados. Pienso que todo esto tan bello, tan apetitoso lo pintó un pobre pintor con más hambre que Carpanta; quizás ése, después de todo, fuera uno de los secretos de su arte.









































































































Pari Dukovic, a vanishing beauty

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¿Qué es la belleza? Ese ciervo fugitivo entre la maleza, un rastro que, apenas creemos haberlo alcanzado, nos rehuye de nuevo, un aroma que recién se dispersa y se funde antes casi de llegar a ser percibido. La belleza ¿es algo externo? ¿algo realmente existente, tangible? ¿o es un estado mental, diría más bien, espiritual? ¿Beauty is truth, truth beauty? ¿aún nos atreveríamos a decir algo tan lapidario? 

¿Qué es el estilo, la elegancia, el glamour? Si la belleza ya es algo fugitivo, la elegancia es un concepto todavía más evanescente, más elusivo, cada generación, cada persona, cada momento debe crear, recrear, desechar los modelos previos, esto lo saben los creadores de moda que cada año deben reinventar esa ilusión, revivir ese halo sutil. Hoy me he ido a encontrar con la obra de un fotógrafo jovencísimo que ha trabajado mucho con ese feérico mundo de la moda y ha sabido como pocos transmitir esta fugaz impresión de una belleza misteriosa, inalcanzable, casi fantasmal, que es el modo más fiel y más realista de retratar algo tan inestable como la moda y el tipo particular de estética que ésta materializa. Este fotógrafo es Pari Dukovic

Lo bueno de haber nacido en 1984 es que el arte fotográfico ya era tan viejo como para ser muy sabio y tener ya muchas escamas, y haber superado el sarampión de la objetividad. Sólo existen las imágenes, y no son más que imágenes, es decir, impresiones en la retina, impresiones sobre un papel, impresiones en la pantalla de un ordenador, de un móvil, unos y ceros; no hay nada más inmaterial que una imagen, un phantasma. 

Las imágenes de Pari Dukovic tienen mucho de imágenes oníricas: desenfocadas, de colores irreales a veces, de grano grueso a veces, de fuertes contrastes a veces. Este versátil fotógrafo, nacido en Estambul y residente en New York, que trabaja para la revista The New Yorker y colabora con otras muchas como New York Magazine, Rolling Stone, GQ, Time o Esquire, por citar sólo las más conocidas, sabe muy bien que atrapar la belleza sólo es un sueño, el sueño de una sombra, y nos ofrece imágenes que son eso, sombras, pero sombras de brillantes colores, sfumattos, haces de luces, formas entrevistas que la mente ha de completar, halos sueltos que debemos reconstruir como el que sigue un rastro entre la maleza, poesía sobre el papel, o sobre la pantalla, unos y ceros...


































































































































Lo feo en el arte

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Después de hablar sobre la búsqueda de la belleza en la anterior entrada, me apetecía mostrar ahora algunas obras que me fascinan, en el sentido de que no puedo dejar de mirarlas, de que encuentro grandes valores estéticos en ellas, donde lo feo está deliberadamente buscado, y logrado, donde se ahonda en lo grotesco, en lo pavoroso, obras que pretenden crear un sentimiento de incomodidad en el espectador, transmitir miedo, asco, pena, repulsión, miedo o enfado. 

Las razones por las que el artista puede buscar crear esa incomodidad en su público son muchas: A veces el autor, desde una determinada postura ideológica, satiriza las costumbres sociales de su tiempo creando imágenes deliberadamente esperpénticas, a veces hay un mensaje religioso que pretende mostrar el mal de un modo tangible mediante la fealdad, también a menudo el arte contemporáneo ha querido incomodar al espectador, épater le bourgeois, o mostrar la propia incomodidad e inadaptación del artista ante una sociedad alienante y deshumanizada. 

De todos modos no confío demasiado en las explicaciones intelectuales del arte, no confío porque creo que las imágenes son más fértiles en significados que las palabras, las imágenes artísticas son ellas mismas signos, pero un tipo muy complejo y muy particular de signos, ambivalentes, ambiguos, enigmáticos, cuya carga de significación no se agota en un mensaje más o menos racional, sino que la imagen a su manera, como la música a su manera, consiguen asomarse al inconsciente, expresando así todo un complejo de sentimientos y sensaciones que no pueden ser "dichas" en palabras, por lo que su significado difícilmente puede ser acotado de un modo literal y sólo puede ser percibido más o menos de manera intuitiva.

En todo caso, del mismo modo que uno puede disfrutar de sentir miedo viendo una película de terror, a pesar de que no le gustaría sentir miedo en una situación real de su vida, de ese mismo modo puede sentirse fascinado por unos rostros feos o desfigurados, por lo nauseabundo, repulsivo o inquietante en un cuadro, a pesar de la compulsión natural al rechazo de la fealdad en general. Como decía Aristóteles sobre la tragedia, que tenía el milagroso efecto de hacernos sentir en la ficción sentimientos, como el odio, el duelo o el miedo, que rechazaríamos tener en la realidad y así curarnos, limpiarnos de ellos, volviéndolos inocuos, como exorcizándolos, así nosotros dejémonos fascinar en esta ocasión por estas maravillosas obras donde la fealdad ha sido deliberada y fantásticamente conseguida por sus creadores. Disfruten ustedes. O no.





 Jean-Eugène Buland.Le tripot.





Hieronymus Bosch.Jesús portando la cruz.





 Louis-Leopold Boilly. Reunión de treinta cabezas con expresión de sátira.





 Louis-Leopold Boilly. Palco un día de función gratuita.





Francisco de Goya y Lucientes. El entierro de la sardina.





Francisco de Goya y Lucientes.El Tiempo, o Las viejas.





Francisco de Goya y Lucientes. La romería de San Isidro (detalle).





 James Ensor.La entrada de Cristo a Bruselas.





 James Ensor.Mujer anciana con las máscaras.





 Otto Dix. El salón I.





 George Grosz. Restaurant.





 George Grosz. Fantasmas.





Johannes Grützke.Sin título (los hermanos).





Johannes Grützke.Bach perturbado por sus hijos.





 José Gutiérrez Solana. El entierro de la sardina.





Pieter Brueghel.El triunfo de la Muerte.





Pietro Annigoni.Vita.



Gabriele Basilico: La ciudad

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Hace muchos miles de años unos pocos hombres dieron la espalda a la Naturaleza para vivir en recintos cerrados fabricados por su propia mano, dotados de ciertos servicios comunes, como cisternas, silos, templos y murallas. Estos hombres decidieron vivir en un entorno diferente al de sus antepasados, salieron de la pequeña aldea, de la tribu, del clan familiar, para integrar unidades mayores donde ya no todos los individuos procedían de un mismo linaje, sino que estaban integradas por grupos y etnias diferentes, donde las funciones estaban más especializadas, donde el intercambio de bienes, de personas, de costumbres, era mayor y más abierto. 

A ese nuevo entorno artificial, que pronto comenzó a mostrar al animal humano mayores perspectivas de desarrollo, a ampliar sus potencialidades como individuo y como grupo, le llamaron ciudad. El ser humano no se  acostumbró rápidamente a él, ni mucho menos, de hecho durante toda la historia de la humanidad la inmensa mayoría de los seres humanos ha continuado viviendo en entornos rurales, más cerca de la naturaleza. 

Hoy sin embargo ya somos más de la mitad de los humanos los que habitamos en entornos urbanos y en unos años serán las dos terceras partes. Las ciudades de hoy tienen decenas de millones de habitantes, los problemas que estas modernas urbes deben afrontar, tanto de dotaciones o infraestructuras, de contaminación del entorno, como de convivencia y desarrollo humano, son cada vez más importantes. Algunos ciberfuturistas han imaginado incluso un futuro donde la humanidad viva en una única gran megalópolis de contornos indefinidos, inabarcables. 

Sin llegar a la fantasía futurista, nuestras ciudades actuales son cada vez más indefinidas, sus contornos se confunden cada vez más y contemplamos el surgimiento de esas periferias urbanas que ya no son campo, pero apenas son ciudad, esos suburbios tierra de nadie, polígonos, anillos de circunvalación, barrios, urbanizaciones, pueblos que han sido absorbidos... La ciudad, como un ser vivo, crece y cambia a velocidad de vértigo, zonas que fueron marginales se ponen de moda, mientras que antiguos barrios patricios quedan desiertos o acaban convertidos en contenedores de oficinas. 

La ciudad y su mugre, mugre humana, donde todos los gatos son pardos, cada habitante es un inmigrante y todos los linajes se pierden en el olvido. La ciudad y su fascinación, su promesa, su latido intenso y embriagador. La ciudad, donde no te despiertan trinos de aves, sino el rugido de los automóviles, los gritos del vecindario, la cháchara de los mercaderes, donde no se respira el aire puro y fresco del arroyo, sino el anhídrido carbónico de la combustión de miles de chimeneas, de miles de tubos de escape, y sin embargo es un aire tan vivificador. 

La ciudad, con sus ricos ostentosos, sus avispados pedigüeños, sus oficinistas, taxistas, dependientas, camareros, con su lumpen y sus putas, con las esquinas peligrosas y los grandes monumentos, con comercios y templos, con bibliotecas y museos, con grandes cementerios, el metro, la calleja desierta y las bulliciosas avenidas, la calle en ánimo de fiesta o de disturbio. La ciudad anónima donde uno puede sentirse tan solo como en la Antártida y al mismo tiempo el único sitio de la tierra que una persona puede llamar su hogar. Ese lugar que es el único donde el hombre es la medida de todas las cosas: la ciudad.










































































































































Nadie ha sabido mostrar mejor la compleja naturaleza de eso que llamamos la ciudad que Gabriele Basilico (Milán 1944 - ibid. 2013). Arquitecto por formación y fotógrafo por vocación sigue siendo uno de los fotógrafos de arquitectura y del medio urbano más reconocidos del mundo. Su obra es un viaje permanente por casi todas las grandes urbes del mundo: Estambul, San Francisco, Roma, Milán, Nápoles, París, Berlín, Beirut Madrid, Valencia, Genova, Shanghai... Su conocimiento de la arquitectura le ha llevado a fotografiar los edificios y los paisajes urbanos con una mirada íntima, directa, sin artificios, neutra, una mirada que no juzga lo bello o lo feo, un planteamiento investigador que busca más bien desentrañar los procesos de cambio de la ciudad como un sujeto vivo, donde las capas de lo viejo y lo nuevo conviven y se superponen, donde lo importante es que ese paisaje artificial, bello o feo, es un escenario humano, un lugar donde los humanos inventan día a día su trayectoria vital. 



Para conocer más sobre Gabriele Basilico les invito a visitar este vínculo a un artículo de El Cultural, con una interesantísima entrevista a cargo de Miguel Fernández-Cid, donde el fotógrafo italiano desgrana los temas y los porqués que mueven su arte: http://www.elcultural.com/revista/arte/Gabriele-Basilico/23795 



Un verso sobre mi tumba

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CANTO X

Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe
que en el norte de Hispania alguien manda grabar
en piedra un verso suyo esperando la muerte.
Este es un legionario que, en un alba nevada,
ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.
Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida,
a cuerno requemado, a humeantes escorias
de oro en las que escarban con sus lanzas los bárbaros,
Un silencio más blanco que la nieve, el aliento
helado de las bocas de los caballos muertos,
caen sobre su esqueleto como petrificado.
 
Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes
a morir y qué inútil mi escudo y mi espada
contra este amanecer de hogueras y de lobos.
En la villa de Cumas un aroma de azahar
madurará en la boca de una noche azulada
y mis seres queridos pisarán ya la yerba
segada o nadarán en playas con estrellas.

Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta
sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan
en brazos de la muerte la vida que soñaron.
 
No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,
que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.
Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento
gotear en la nieve mi sangre enamorada.

Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos
se clavan en los ojos de otro herido que escucha:
 
Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio.
 
Antonio Colinas. De "Noche más allá de la noche"












ANIMULA

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Me van a perdonar que traiga aquí este poemilla, un epigrama,  atribuido al emperador romano Adriano, que siempre me ha gustado mucho. El poema, según se dice, lo escribió Adriano en su lecho de muerte, leyenda cuyo morbo sin duda ha contribuido no poco a la supervivencia del texto, aunque a mi modo de ver no le hubiese hecho falta. Sea como fuere, tanto si se trata de una atribución verdadera como apócrifa, me parecen unos maravillosos versos para despedirse del mundo ¿No creen? La traducción aunque pálida y desnuda como el almita a la que se dirige el autor, es mía y en un tiempo me llegó a gustar.



Animula vagula blandula,
hospes comesque corporis,
quae nunc abibis inloca,
pallidula, rigida, nudula,
nec ut soles dabis iocos.

                   Publio Elio Adriano


 
Mimosa, vacilante almilla mía,
De este cuerpo habitante y compañera,
A qué lugares partirás ahora
Paliducha, desnuda, temblorosa,
                      Ni gastarás ya bromas, como sueles.




 Antínoo. Bajorrelieve romano S. II A. D.




Magí Puig. Mediterrània

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No conocía la obra de Magí Puig (Palou, Lleida 1966) y me alegro de haberla descubierto, en realidad no diría descubierto, como si yo hubiera ido a buscarla a algún remoto lugar, sino más bien de habérmela encontrado, de haberme tropezado con ella, porque es una obra que es un gozo para los sentidos (me encanta su paleta de colores), e incluso más para el alma. Sus cuadros, incluso aquellos que más buscan captar el movimiento, tienen algo de calmos, de armoniosos, me trasmiten una especie de alegría serena, que es algo que agradezco de un pintor.

En estos días que empezamos muchos (yo al menos) las tan esperadas vacaciones, estas imágenes de playa me parecían muy oportunas para empezar a ver la obra de Magí Puig, pero este pintor es algo más que un pintor de sol y playa, mucho más. Veo sus escenas de playa y me viene a la mente al instante Sorolla. Es bueno comparar porque nada más opuesto en sus pretensiones artísticas respectivas que el valenciano y este catalán. Si bien ambos pintan y captan muy acertadamente la luz, ahí se acaban todos sus parecidos. 

Sorolla pretende captar cada brillo, cada destello, cada tono de azul, cada mancha de luz sobre la piel, en un empeño de mostrar toda la complejidad de lo real, como un mosaico de millones de teselas, casi quisiera captar cada átomo de luz. Magí opera en sentido inverso, destila, reduce y nos ofrece una quintaesencia, que reconocemos como referida a lo real, pero purificada, simplificada en aras de una mejor comprensión de los elementos clave. Como él ha dicho acertadamente de sí mismo, es figurativo, pero no realista. 

Detrás del estilo tan depurado y tan bello de Magí Puig hay muchos años de oficio (un pintor nunca se hace sin ellos), hay mucha experiencia filtrada de otros pintores (los impresionistas y postimpresionistas, los nabis, incluso el arte figurativo anglosajón, pienso en Ewan Uglow, pienso en Avigdor Arikha, etc, hay también la experiencia de la abstracción...) pero hay sobre todo mucha reflexión sobre el sujeto pintado, una cuidadosa exploración del sujeto, e incluso reflexión sobre el propio quehacer del pintor, sobre el cuadro como objeto artístico y su futuro en este tiempo postvanguardia, sobre el destino de eso que llamamos la pintura, a quién se dirige, para qué sirve. 

Pero lo que más me gusta es que, en medio de tantas voces como en el mundo artístico (y no artístico) quieren atraer hoy nuestra atención  mediante el grito, la sobreactuación, la exageración, la falsedad, en suma, Magí Puig emite su propia voz en calma, como un interlocutor que sabe que la autenticidad no necesita gritar, no necesita imponerse, precisamente por ella sola se impone, sobrenada.




Codi de barres. 2003





Campament. 2010





La bicicleta sense ombra. 2010





Està vosté més jove i més maca que mai. 2011











Aigues de Tarragona. 2003





Continents blaus. 2009





L'illa del tresor. 2012





Estudi interior. 2015





Llibres de colors. 2006





La noia de la bicicleta. 2011





Blau ultramar. 2004





Conet Island baby. 2010





Lorelai. 2011











Pescheria. 2012





La màquina del temps. 2012




El pintor tiene una web propia que es muy recomendable para conocer su trayectoria, sus opiniones y sus propósitos y ver su obra, tanto reciente como retrospectiva: http://www.magipuig.es/

Rinko Kawauchi

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Si alguien desea ver lo que los demás no ven,
observe lo que los demás no miran.
Si desea alcanzar lo inalcanzable,
ejercítese en lo que los demás no practican."

LIE ZI. Zhong Ni, 13




He llegado a la obra de la fotógrafa japonesa Rinko Kawauchi (Singa, Japón, 1972) por pura casualidad, si es que las casualidades existen, y he llegado como quien, después de caminar entre lo yermo, entre lo vasto, lo inane, lo ruidoso, llega por fin a un oasis, a un pequeño rincón de verdor y de silencio. 

Un oasis es la obra de esta joven artista que ha comprendido que sólo hay que aprender a mirar, pues una vez que se ha conseguido mirar adecuadamente las cosas que uno tiene alrededor, las cosas cercanas, se empieza a comprender, pero ese aprendizaje de la mirada es una ascesis que requiere un largo entrenamiento, requiere, sobre todo, silencio, paz interior, que el yo no estorbe al ojo que simplemente VE. Sólo entonces la belleza aflora donde menos se la espera y el alma del mundo se muestra, pues siempre ha estado ahí, delante de nuestros ojos, sólo que no podíamos, no sabíamos verla. 

Eso es lo que hace Rinko Kawauchi, mirar en su entorno cercano para desvelar toda su poesía, extraer pequeños fragmentos para centrar el mensaje; sus fotografías buscan la economía, la simplicidad, para obligar a nuestros ojos a prestar atención, a centrarnos, nos guía en ese camino de descubrimiento llevándonos de la mano, consciente de que demasiada información dispersa y confunde, por eso quita, simplifica, limita, y de ese modo destila, al modo del haiku, una imagen, una emoción, una revelación. 

El Dao De Jing dice: "Sin salir de casa se puede conocer el mundo. Sin mirar por la ventana puede conocerse el dao del cielo. Cuanto más lejos se viaja, tanto menos se sabe". Así la obra de esta artista japonesa no busca el exotismo, la imagen espectacular y abigarrada, no cree en eso, ella explora en su mundo cercano, en su familia, en la gente que conoce, en su propia trayectoria vital, en sus emociones, el arte es para ella un camino de exploración y autoconocimiento, porque el arte es, como el comer, el hablar, el pensar, el respirar, el arte es nuestro modo de vivir, de estar en el mundo, de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. 

"El que sabe no habla, el que habla no sabe". Mejor que las palabras, el silencio. La imagen dice en silencio todo lo que es preciso decir.





















































































































































Lo mejor es siempre ir a la fuente, así pues les recomiendo que visiten la propia web de la artista para conocerla mejor: http://www.rinkokawauchi.com/main/index.html



Henri Le Sidaner

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La Historia del Arte se complace en agrupar a los artistas en generaciones, grupos, tendencias o ismos varios; al estudioso esto le simplifica la tarea y al comerciante, como todo galerista o editor sabe muy bien, le permite colocar incluso a los autores menos talentosos metiéndolos en el mismo saco que los más aventajados. Una etiqueta es una etiqueta. 

El problema lo tienen los autores que no acaban de encajar en ninguna de las etiquetas estandarizadas, bien porque han llevado una trayectoria muy personal y son totalmente inclasificables, bien porque se han aproximado en distintas épocas de su vida a distintos movimientos, sin acabar de profesar en ninguno de ellos. Este tipo de artistas suelen representar un engorro para la crítica, que por tanto tiende a ignorarlos. Como consecuencia la difusión de su obra entre la posteridad suele quedar inmerecidamente oscurecida.

Éste es el caso de Henri-Eugène Le Sidaner (Port Louis, Isla Mauricio, 1862 - París, 1939). Nuestro pintor comenzó estudiando como alumno de uno de los maestros de la pintura llamada del "pompier", Alexandre Cabanel, en la tradición más academicista. Sus comienzos profesionales le encuentran haciendo una pintura al estilo realista-sentimental de Bastien-Lepage e influenciado por Corot, posteriormente se acerca a los simbolistas, pero no acaban de convencerle las ínfulas místico-literarias de este movimiento, además, él no es pintor de escenas con figuras, sino que prefiere el paisaje, probablemente esto es lo que le hará bascular hacia el campo de los impresionistas, haciéndole adoptar la pincelada puntillista y el divisionismo de estos, aunque no comparta y le dejen indiferentes las especulaciones sobre óptica y la fisiología de la percepción.

Su madurez artística se despliega a partir de su llegada a Brujas, a donde se había fugado con la que sería su esposa en 1898. Allí descubre un universo que conecta con su sensibilidad artística y puede alejarse un poco de las influencias parisinas. Posteriormente se instala en Gerberoy, lugar que le servirá de inspiración para muchos de sus cuadros y donde desarrollará un arte que destila todas las influencias de los movimientos a los que se había aproximado en su juventud, manifestando su preferencia por los momentos crepusculares, la luz nocturna, por los colores tenues y matizados, e imprime a su obra un aire melancólico y elegante. 

Le Sidaner concibe el cuadro como una composición en la que privilegia las armonías tonales sobre la representación. Así pinta sólo en parte au plein air, para captar la impresión inicial, retocando luego de memoria en el estudio, donde acaba de componer los efectos deseados.

El pintor nunca se identificó con ningún movimiento de los que estaban en boga en su momento, preguntado por a qué escuela pertenece, responde: "A ninguna, pero si se empeña en colocarme en una categoría, soy un pintor intimista". Sin que las palabras pretendan acotar una obra tan interesante, éste podría ser un buen punto de partida para mirar unos cuadros, los de Henri Le Sidaner, que invitan al silencio y al recogimiento.





Henri-Eugène Le Sidaner. Escalones en Chartres. 1913.





Henri-Eugène Le Sidaner. La veranda, 1902.





Henri-Eugène Le Sidaner. La mesa con faroles. Gerberoy, 1924.





Henri-Eugène Le Sidaner. El canal en verde. Bruselas, 1930.





Henri-Eugène Le Sidaner. Luna llena sobre el río.





Henri-Eugène Le Sidaner. Otoño.





Henri-Eugène Le Sidaner. La mesa en el jardín blanco.





Henri-Eugène Le Sidaner. Interior





Henri-Eugène Le Sidaner. El espejo, 1900





Henri-Eugène Le Sidaner. El canal.





Henri-Eugène Le Sidaner. Saint Paul's desde el río, mañana de sol en invierno.





Henri-Eugène Le Sidaner. La Salute, mañana de invierno, Venecia.





Henri-Eugène Le Sidaner. Palazzo rosso, Venecia.





Henri-Eugène Le Sidaner. Serenata.





Henri-Eugène Le Sidaner. Luz de gas, noche azul.1906.





Henri-Eugène Le Sidaner. Estanque de los patos, Versalles. 1916.





Henri-Eugène Le Sidaner. El pabellón francés, Versalles.





Henri-Eugène Le Sidaner. El Trianon bajo la nieve





Henri-Eugène Le Sidaner. Hampton's Court





Henri-Eugène Le Sidaner. Calleja de Londres




Los siete durmientes

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Ayer me acordé de los siete durmientes porque tuve uno de esos días que uno se levanta con tanto sueño y cansancio, que si le dejaran, no dudaría en volver a dormirse unas cuantas horas más. O unos años más, como les ocurrió a los siete durmientes de Éfeso, que durmieron trescientos años seguidos. Ésta es la historia.

Eran estos siete jóvenes cristianos que en la época del emperador romano Decio vivían en la ciudad de Éfeso. Este emperador había desatado una durísima persecución contra los cristianos y, enterado por delaciones de que en Éfeso había muchos que profesaban esta religión, edificó allí un templo a los dioses paganos y obligó por decreto imperial a todos los habitantes a sacrificar a los ídolos, amenazando en caso contrario con las penas más graves. 

Los siete jóvenes, llamados Maximiano, Malco, Marciano, Dionisio, Juan, Serapión y Constantino, fueron muy pronto delatados ante el emperador. Éste, sorprendido por ser los siete hombres muy estimados y cargos próximos a su persona, se avino a concederles un plazo y, como tenía que hacer unas gestiones en otro lugar, les dio de plazo hasta su regreso a Éfeso para cumplir con lo exigido.

Los jóvenes convinieron entre sí que como cristianos era del todo imposible para ellos sacrificar a los ídolos, así que vendieron sus posesiones, las repartieron entre los pobres y huyeron de la ciudad, refugiándose en una cueva del monte Celión. Uno de los siete, Malco, bajaba de cuando en cuando a la ciudad disfrazado para comprar provisiones y enterarse del curso de los acontecimientos,  de este modo supo del regreso de Decio y de las medidas que éste pensaba tomar contra ellos. Referidas la noticias a sus hermanos, les propuso que comieran el pan que había traído, seguido lo cual todos cayeron en un profundísimo sueño por la voluntad de Dios. 

El emperador entretanto, enterado de que habían huído, interrogó a todos sus conocidos y parientes hasta que averiguó lo sucedido y como escarmiento general hizo sellar la cueva donde dormían con obra de mampostería para enterrarlos vivos. Un cristiano que fue testigo de los hechos escribió el acta de su martirio y, temeroso de que el escrito le fuera encontrado, lo colocó oculto entre las piedras del muro.





Los años y las generaciones pasaron, Decio murió, y el imperio romano, andando el tiempo, se convirtió al cristianismo, mas como nunca las cosas llegan a la perfección en este mundo, llegó una época en la que surgió una secta de herejes que negaba la resurrección de los muertos. Esto causaba un gran pesar al piadosísimo emperador Teodosio, quien hacía duras penitencias y oraba al Señor para que Éste le mostrase el modo de extirpar esta herejía de su reino. 

Por aquellos días Dios inspiró a un vecino de Éfeso la idea de contruir unos refugios para pastores en el monte Celión, obra que encargó a unos albañiles y estos buscando materiales para la obra encontraron los sillares que cerraban la cueva y arrancaron los que pudieron para su trabajo. El ruido sacó de su sueño a los durmientes, quienes se despertaron normalmente como el que despierta de la noche anterior. Tal como solían hacer le dijeron a Malco que se acercara a la ciudad a comprar más panes y luego pensarían juntos cómo iban afrontar la situación.

Malco se encamina a la ciudad embebido en sus pensamientos y nada más llegar queda estupefacto al ver que en la puerta de la muralla hay una cruz; pensando para sí que está delirando se acerca al mercado, compra unos panes y paga con las monedas que tenía. Los vendedores se sorprenden al ver unas monedas de hace cientos de años y, creyendo que el joven se ha encontrado un tesoro, lo rodean y le conminan a que confiese dónde ha encontrado ese tesoro. 

En la ciudad se organiza un tremendo tumulto, Malco se asusta y ve llegada su última hora, hasta que el prefecto y el obispo de la ciudad, informados de lo sucedido, ordenan que sea conducido a su presencia. El joven niega haber encontrado tesoro alguno, dice que marchó de la ciudad hace unos días, que el dinero es el que le habían dado sus padres, las autoridades investigan para localizar a los padres que el interrogado dice tener y nadie los conoce ni sabe nada de ellos. El joven confiesa que él y otros amigos, huyendo del emperador Decio, se habían refugiado en una cueva cercana y que él  era el encargado de allegarse a la ciudad para comprar víveres, que le acompañaran si no le creían.




Así pues el obispo, las autoridades y todo el pueblo de Éfeso parten con el joven Malco hacia el monte Celión, hasta llegar a la cueva. Al llegar el obispo, entre las rendijas del muro restante que aún tapaba la cueva, encuentra el acta de martirio escrita trescientos años atrás con su sello intacto, rompe el sello y la lee ante la muchedumbre allí congregada para que todos puedan alabar a Dios y dar fe del milagro. 

Cuando entran en la cueva ven a los siete con una expresión en sus rostros, dice el cronista, como la de las rosas en plena floración. La noticia de este milagro corre por todo el imperio y llega a Constantinopla donde Teodosio penaba. El emperador sin pensarlo un momento parte inmediatamente para Éfeso a contemplar el milagro y así, en cuanto éste entró en la cueva los cuerpos de los siete volviéronse resplandecientes y sus rostros comenzaron a brillar como el sol. 

Teodosió se prosternó diciendo: -Al veros me parece estar viendo al mismísimo Lázaro resucitado. Maximiano, uno de los siete, le dijo: -Para tu consuelo el Señor nos ha resucitado antes del último día, para mostrar a los incrédulos que los muertos resucitarán, como enseña la santa madre Iglesia. Nosotros hemos dormido todos estos años como el niño que duerme en el vientre de su madre sin percibir nada de lo que sucedía alrededor para que por este signo todos creáis. Dicho esto los siete se reclinaron sobre la tierra y dulcemente se durmieron, esta vez para siempre. 

El emperador quiso hacer unos sarcófagos de oro para guardar sus reliquias, pero ellos se le aparecieron en sueños para decirle que sobre la tierra habían dormido durante trescientos años y sobre la tierra querían seguir descansando hasta el día de la Resurrección de los muertos. Así que el emperador tuvo que conformarse con cubrir la cueva de mármoles, convirtiéndola en el santuario que ha llegado hasta nuestros días y que aún se puede ver si uno visita Éfeso.



 Cueva de los siete Durmientes en Éfeso.




 Cueva de los siete Durmientes en Éfeso.




  Cueva de los siete Durmientes en Éfeso.



Esta historia se puede leer, mucho mejor contada que por mí,  en el libro La Leyenda Dorada, escrito en el siglo XIV por Jacopo Della Voragine, un gran libro que recomiendo de todo corazón y que fue en su tiempo un éxito de ventas absoluto, de ahí que las historias de santos que relata hasta hace poco las conociese cualquiera que tuviera siquiera unas pocas letras, y sin embargo hoy día no la conozcan ni los curas, que son del oficio. Sic transit Gloria Mundi.

 

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