Para hablar de la pintura social en España hay que situar a este movimiento en su contexto artístico y social. Por un lado nos encontramos que hacia las décadas finales del siglo XIX el público y la crítica empiezan a acusar un marcado cansancio por la temática histórica o legendaria que había caracterizado a la pintura romántica.
Este cansancio desemboca en la búsqueda de nuevas temáticas que puedan aproximar la pintura al público, así por un lado unos buscan la salida en un cierto esteticismo exótico que conduce a movimientos como el orientalismo, el medievalismo, la exploración del pasado clásico grecorromano, o a la recreación idealizada del más reciente siglo XVIII.
En una dirección completamente contraria, otros artistas buscan confrontar al público con la dura realidad de una sociedad desigual e injusta y de este modo erigen su arte en un modo de denuncia social y política. Esta orientación artística no siempre será bien acogida por el público burgués, que en ocasiones manifestará su rechazo incluso ruidosamente, escandalizándose frente a ciertas propuestas.
Sin embargo, por influencia de movimientos provenientes de la metrópolis francesa, que parten inicialmente de la literatura, del realismo y después del naturalismo de autores como Zola, la denuncia social como tema artístico llega incluso a ponerse de moda, hasta el punto de que toda una institución como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando propone en 1899 como tema de concurso para obtener la preciada beca de estudios en Roma "La familia del anarquista el día de su ejecución".
Al mismo tiempo, si hablamos del contexto socio-político en España, los años de finales del siglo XIX corresponden al régimen alfonsino, organizado por Antonio Cánovas del Castillo, quien da estabilidad al régimen mediante un pacto entre los antiguos adversarios conservadores y liberales que ahora se turnan rigurosamente y se reparten así el poder. Este régimen de legalidad "amañada" y aparente calma encubre una sociedad muy desigual e injusta, donde las clases campesinas son mantenidas en la miseria por una trama caciquil y oligárquica, mientras el incipiente movimiento obrero es reprimido sin contemplaciones, tanto en el País Vasco como en Cataluña, originando el fenómeno de la violencia anarquista como un recurso de pura defensa frente a un aparato estatal represor.
En este doble contexto artístico y político, la pintura social en España tiene poco recorrido. Mientras que en países como Francia o Inglaterra tiene un amplio y notable cultivo, en nuestro país apenas está representada por unos cuantos pintores, sobre todo de la periferia, catalanes, valencianos, de la cornisa cantábrica, etc. Entre la oligarquía madrileña estos temas polémicos no van a encontrar acogida favorable.
Hay además que reseñar un hecho propio de la sociología de un arte como la pintura que ayuda a entender por qué un tipo de propuesta artística como esta debía tener poco recorrido en nuestro país: La pintura es un arte "caro", es muy artesanal, es un producto consistente en una obra única, que por tanto, acorde al caché de su autor, se cotiza a precios prohibitivos para el público medio, algo al alcance sólo de una minoría burguesa. En otros países existió en el siglo XIX una cierta burguesía progresista, no así en nuestro país, salvo excepciones, por lo que difícilmente unas obras que denunciaban la explotación del hombre por el hombre iban a tener mercado entre el público burgués español.
A pesar de todo lo mencionado, y de remar a contracorriente, es posible sin embargo encontrar entre la producción de nuestros artistas nacidos en la segunda mitad del siglo propuestas muy radicales, y artísticamente interesantes, de denuncia social. Tal es el caso del valenciano Antonio Fillol, quien en un impactante cuadro nos muestra el resultado de la brutal represión de las protestas obreras en "Después de la refriega" o que denuncia la lacra de la prostitución en "La bestia humana", o los conflictos entre propietarios y aparceros agrícolas en "La defensa de la choza".
Su coterráneo Sorolla es más sutil y más ambiguo, su crítica a veces queda diluida por la belleza plástica de sus imágenes que nos hace olvidar lo trágico del tema, o bien es una astucia del autor para hacer pasar una temática polémica de un modo "digerible". Interesantísima en este género es la obra de Ramón Casas, el mejor retratista de su generación, con obras como "La carga". Merece mencionarse a un pintor alicantino, alcoyano por más señas, Plácido Francés, quien a veces se va hacia lo costumbrista, pero a veces es de una crudeza impactante como en "Esperando la sopa, comedor de caridad". Por último y para no extenderme demasiado, me gustaría encomiar la obra de dos autores como Vicente Cutanda y Toraya y su realista plasmación del movimiento obrero en el País Vasco o la bellísima obra de Ventura Álvarez y su denuncia de la pobreza de los pescadores del Cantábrico y la triste realidad de la emigración.
Antonio Fillol Granell (Valencia 1870 - Castellnovo, Castellón 1930). Después de la refriega, 1904. Museo de Bellas Artes, Valencia.
Antonio Fillol Granell (Valencia 1870 - Castellnovo, Castellón 1930). La bestia humana, 1897. Colección del Museo del Prado.
Antonio Fillol Granell (Valencia 1870 - Castellnovo, Castellón 1930). La defensa de la choza, 1895. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia 1863 - Cercedilla 1923). Triste herencia, 1899. Colección privada.
Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia 1863 - Cercedilla 1923). ¡Aún dicen que el pescado es caro!, 1894. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia 1863 - Cercedilla 1923). Trata de blancas, 1894. Museo Sorolla, Madrid.
Ramón Casas y Carbó (Barcelona 1866- íbid. 1932). Garrote vil, 1894. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
Ramón Casas y Carbó (Barcelona 1866- íbid. 1932). La carga, 1899. Museu Comarcal de la Garrotxa, Olot.
Antoni Estruch i Bros (Sabadel 1873 - Buenos Aires 1957). Manifestación obrera, 1907. Museu d'Art de Sabadell.
Plácido Francés y Pascual (Alcoy 1834 - Madrid 1902). El consejo del padre, 1892. Museo de Bellas Artes de Cataluña.
Plácido Francés y Pascual (Alcoy 1834 - Madrid 1902). Esperando la sopa, comedor de caridad.
Ventura Álvarez Sala (Gijón 1869 - íbid. 1919). El pan nuestro de cada día, 1915. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
Ventura Álvarez Sala (Gijón 1869 - íbid. 1919). Emigrantes, 1908. Colección del Museo del Prado.
Ventura Álvarez Sala (Gijón 1869 - íbid. 1919). La promesa después del temporal, Asturias, 1903. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
José María López Mezquita (Granada 1883 - Madrid 1954). Cuerda de presos, 1901. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
José Jiménez Aranda (Sevilla 1837 - íbid. 1903). Una desgracia, 1890. Colección particular.
José Uría y Uría (Oviedo 1861 - Vigo 1937). Después de una huelga, 1895. Colección del Museo del Prado.
Vicente Cutanda y Toraya (Cella, Teruel 1850 - Toledo 1925). Una huelga de obreros en Vizcaya, 1892. Colección del Museo del Prado.
Vicente Cutanda y Toraya (Cella, Teruel 1850 - Toledo 1925). Preparativos del 1º de mayo, 1894. Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Para finalizar: He incluido vínculos a las biografías de todos los autores mencionados, bien en el texto, bien en los pies de foto, a fin de que quienes estén interesados puedan descubrir algo más acerca de estos autores, no todos muy conocidos hoy en día. Del mismo modo recomiendo vivamente el vínculo a la entrada titulada LA FAMILIA DEL ANARQUISTA EL DÍA DE SU MUERTE, del Blog LA ESPINA ROJA, que ilustra el célebre concurso de la Academia que tuvo tal tema por motivo y donde se pueden ver las obras que en él participaron.