Mi relación emocional con Madrid ha sido semejante a la relación intensa y compleja que uno mantiene con aquella persona a la que conoció primero de amigos, luego la amistad se transformó en amor, amor al que siguió una separación, seguida a su vez por algún ocasional affaire "para recordar los viejos tiempos", todo ello espaciado por períodos más o menos largos des distanciamiento entre reencuentros y que, como suele en estos casos, acaba por desembocar en un trato entre lo beligerante y lo cariñoso.
Así más o menos estoy yo con Madrid, pasé en ella toda mi infancia, y sin embargo no empecé a quererla de verdad hasta que no me marché, al principio era pura nostalgia, luego, con la juventud y los tiempos de la Movida madrileña, tuve un nuevo affaire con la ciudad de mis moderneces. Dicen que la distancia es el olvido, o eso dice el bolero, y yo, después de tantos años de vivir en el Levante feliz, me he convertido en un turista más, uno de esos que rentabilizan el AVE y marchan de vez en cuando a hacerse un fin de semana de exposiciones o (cada vez menos) a ver algo de teatro. Ahora pertenezco a la España periférica, (las provincias, como dicen en Madrid con no disimulada condescendencia) parle Valencià quan toca y ya no concibo mi vida sin el Mediterráneo cerca.
Sin embargo ahí sigue estando esa ciudad donde tantos recuerdos míos aún vagan arrastrándose por las esquinas entre las colillas o los chicles del suelo, adheridas a las paredes, como esos carteles descoloridos y medio despegados. Por eso me ha apetecido hacer este recorrido pictórico por Madrid, ciudad que a veces será el Madrid de mis recuerdos, a veces más bien el de mi visión más reciente de provinciano turista accidental, en todo caso espero que tenga algo de interesante, y si no, en todo caso las pinturas siempre merecerán la pena.
Así más o menos estoy yo con Madrid, pasé en ella toda mi infancia, y sin embargo no empecé a quererla de verdad hasta que no me marché, al principio era pura nostalgia, luego, con la juventud y los tiempos de la Movida madrileña, tuve un nuevo affaire con la ciudad de mis moderneces. Dicen que la distancia es el olvido, o eso dice el bolero, y yo, después de tantos años de vivir en el Levante feliz, me he convertido en un turista más, uno de esos que rentabilizan el AVE y marchan de vez en cuando a hacerse un fin de semana de exposiciones o (cada vez menos) a ver algo de teatro. Ahora pertenezco a la España periférica, (las provincias, como dicen en Madrid con no disimulada condescendencia) parle Valencià quan toca y ya no concibo mi vida sin el Mediterráneo cerca.
Sin embargo ahí sigue estando esa ciudad donde tantos recuerdos míos aún vagan arrastrándose por las esquinas entre las colillas o los chicles del suelo, adheridas a las paredes, como esos carteles descoloridos y medio despegados. Por eso me ha apetecido hacer este recorrido pictórico por Madrid, ciudad que a veces será el Madrid de mis recuerdos, a veces más bien el de mi visión más reciente de provinciano turista accidental, en todo caso espero que tenga algo de interesante, y si no, en todo caso las pinturas siempre merecerán la pena.
1. El Skyline
He querido empezar este recorrido por Goya y seguir con Beruete para mostrar el hecho de que el perfil urbano de Madrid para cualquiera que llegase desde el Sur, o sea, desde la antigua carretera de Ocaña, habría sido el mismo desde el siglo XVIII hasta prácticamente los años veinte del siglo XX: Así el viajero habría divisado la cúpula de San Francisco el Grande, la zona de las Vistillas y el caserón del Palacio de Oriente, el skyline de una villa y corte, pequeña capital administrativa, donde lo único que rascaba los cielos eran los campanarios de las iglesias.
Sin embargo la ciudad no supo o no quiso mantenerse en este estado idílico para siempre. Desde los años veinte comienza una obsesión paleta por los rascacielos: el primero, si no me equivoco, el del Edificio Telefónica, luego los dos de la plaza de España, feo símbolo del desarrollismo franquista, en los ochenta vinieron las torres de la zona de Cuzco y las torres Kio, hoy como remate las torres de Mordor, bien bautizadas así por los madrileños tanto por lo horribles como por lo que representan del soberbio capitalismo-estatal hispánico. Hay modernidades que tienen delito, que una ciudad que está en medio de un llano infinito quiera llenarse de rascacielos es para hacérselo mirar.
Francisco de Goya. La Pradera de San Isidro, 1788. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Aureliano de Beruete. Vista de Madrid desde la Pradera de San Isidro, 1909. Museo Nacional del Prado.
Edificio Telefónica, 1926-29. Gran Vía, Madrid. Arquitecto Ignacio de Cárdenas Pastor.
Miguel Vivo. La Torre de Madrid, 2007.
J. M. Bernardo Bueno. Madrid se enroca hacia el atardecer, 2015.
2. Casticismo
A pesar de la modernidad y conviviendo con ella con desparpajo, Madrid sigue teniendo un centro de estrechos callejones galdosianos, de bares cutres que sobreviven a la gentrificación (¡palabro!) de los barrios del centro, donde te puedes pedir una ración de oreja de cerdo, o de callos, o de rabo de toro cuando hay feria por San Isidro, o de entresijos, esa cosa de nombre asqueroso, pero tan buena, comida de cristianos viejos; un centro habitado por unos paisanos pintorescos más allá de toda definición, que a buen seguro vieron con sus propios ojos las guerras carlistas (siempre pienso en esas señoras mayores que ves en las casquerías del mercado de San Antón o paseando al perro por la calle del Desengaño, o dando palique a la vecina por el patio de luces, y que tanto me recuerdan a las vecinas de mi abuela Carmen allá en el Paseo del Rey).
Amalia Avia. Pasaje del Comercio, 1988.
Tomás Castaño. Restaurante Casa Alberto, 2003
Ramón Casas. Entrada en la Plaza de toros de Madrid, 1885-86.
3. Madrid-término
Madrid sigue siendo una ciudad a la que, como Roma, conducen todos los caminos. La experiencia del mesetario medio, como en mi caso, era, y es, coger el tren para ir a Madrid ¿A dónde si no? La historia de mi familia de hecho podría contarse así: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, Pepe cogió el tren que le llevaría a Madrid. Billete de ida." Por eso me gustó tanto ver en el Museo de Albacete este cuadro de un joven Benjamín Palencia de la Estación del Norte, también porque al lado de ella vivieron mis abuelos desde antes de la guerra, y allí se crió mi padre, con las vistas de la Casa de Campo desde el balcón.
Benjamín Palencia. La Estación del Norte de Madrid, 1918. Museo de la Diputación de Albacete.
4. El descampado
Si mi padre se crió junto a la estación del Norte, frente al río y la Casa de Campo, a mí me tocó criarme en Carabanchel Bajo, junto al hospital militar, no lejos de la famosa cárcel. Nuestra calle, José Macías, era la última antes de llegar a un enorme descampado. Vivíamos en la linde de Madrid. El recuerdo que tengo de aquellos descampados es más o menos como el que se ve en los cuadros de Antonio López o Isabel Quintanilla, una pelada extensión de tierra seca, sin nada, ni siquiera basura, sólo matojos y pedruscos, por no haber no había ni bichos, a no ser algún lagarto o muchas moscas, barro las pocas que llovía, polvo las más veces, pero siempre desde cualquier loma la visión de la ciudad, como un espejismo desde el desierto.
Isabel Quintanilla. Vista de Madrid desde el Cerro de la Plata, 1960.
Antonio López. Madrid hacia el observatorio, 1965-70.
Isabel Quintanilla. Vallecas, 1982.
5. Azoteas y visiones cenitales
Madrid hoy promociona sus azoteas, surgen bares y lugares de copas en las alturas; los pintores también han sido muy aficionados a subirse a los tejados a pintar pináculos o panoramas desde lo alto. Antonio López, ese señor de Tomelloso que es quien mejor ha entendido esta ciudad, tiene algunas vistas célebres de este tipo. Para mí las azoteas eran más bien el lugar donde subías con tu madre para tender la ropa y sí, disfrutabas de las vistas, aunque fuesen las de las antenas de televisión y las torres de los ascensores, mientras jugabas entre el velamen de las coladas vecinales.
Nicanor Piñole. Madrid desde el Círculo de Bellas Artes, fecha desconocida.
Antonio López. Madrid desde Capitán Haya, 1987-96. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
Antonio López. Madrid desde Torres Blancas, 1876-82. Colección privada.
6. La Puerta del Sol
Madrid tiende a considerarse el centro del mundo, o como mínimo el centro de las Españas. Si tuviera un ombligo esta ciudad tan dada a mirarse el ombligo, éste sería la Puerta del Sol. Centro, dicen, desde donde se miden todas las distancias, punto cero. Calle del Arenal, Mayor, Espoz y Mina, Carretas, Alcalá, Preciados, calle de la Montera... inmenso barullo de gentes, turistas y autóctonos, paso obligado, pero paso apresurado por evitar el gentío, los pedigüeños, los artistas callejeros, los que han quedado en la puerta de la Casa de Correos, la Nochevieja, las manis, los indignados, los que no hacen nada, los de la lotería de doña Manolita, los choris, los chaperos (antes), la poli.... como un muestrario, todo lo bueno y todo lo malo, afluye, como a la sentina de un barco, a la Puerta del Sol.
Alson Skinner Clark. Plaza of the Puerta del Sol, 1909. Colección privada.
Amalia Avia. Puerta del Sol, 1979.
Enrique Martínez Cubells. La Puerta del Sol, Madrid, 1902. Museo Carmen Thyssen, Málaga
7. La Gran Vía
En el comienzo del siglo XX Madrid quiso renovar su centro urbano, y como el Eixample ya lo habían hecho en el Barrio de Salamanca, se dieron a hacer una gran avenida que epatara al mundo para demostrar que, puestos a ser modernos, podíamos ser los que más. El resultado es un extraño pastiche de edificios de todos los pelajes, mucha grandilocuencia, bastante fealdad, pero alguna maravilla (Yo no puedo evitar que me encante el edificio Carrión, o, pese a lo pastelero que es, el edificio Grassy que pinta Antonio López en su conocida obra, o el Palacio de la Prensa).
Lo cortés no quita lo valiente, si hay un lugar que tiene vida las 24 horas ése es la Gran Vía, dependiendo de las horas los transeúntes van variando, a veces agobian, a veces hasta dan miedo, pero no hay hora en que no pase gente. Hoy Carmena piensa en peatonalizar, seguramente llegará la peatonalización, aunque el tráfico rodado le aportaba ese toque de caos, de ruido y de luces que la hacían tan intensa. Envejece la Gran Vía, aparte de la tienda de muñecas y de dos o tres tiendas de toda la vida, hoy no quedan más que monstruosas franquicias; el último horror el Primark de Callao, que parece la puerta del mismísimo Infierno, por lo menos a tenor de la cantidad de gente que entra y ya no sale...
J. M. Bernardo. Gran Vía al amanecer, ca. 2015.
Antonio López. La Gran Vía, 1974-81. Colección privada.
María Moreno. La Gran Vía I, 1989.
María Moreno. La Gran Vía II, 1990.
8. Un poco de verde, por favor
Me despido dando un paseo por el verde. Los reyes que pusieron la capital en Madrid seguramente no pensaban tanto en la ciudad como en los cotos de caza próximos, pero así, gracias a las manías venatorias de Carlos III hoy queda esa gran extensión de verde que es la Casa de Campo, y gracias al deseo de retiro de Felipe IV podemos pasear por el Parque del Retiro, o la Ilustración nos construyó un Jardín Botánico. Curiosamente Madrid es una de las capitales europeas con más metros cuadrados de zonas verdes, increíble pero cierto. En mis recuerdos, juraría que en los parques de Madrid, en el Retiro al menos, hubo alguna vez ardillas ¿puede ser? Pero si las hubo, ya no las hay, qué buitres, qué hienas, que fulanos se las habrán comido ¡Vaya usted a saber!
Luis Paret y Alcázar. El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado, 1790.