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Beauty is truth: Ernst Haas

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"Beauty is truth, truth beauty, -That is all
Ye know on earth, and all ye need to know."
                    John Keats. Ode on a Grecian Urn.


De esa manera rotunda y sentenciosa concluye Keats su Oda a una urna griega: "Belleza es Verdad, Verdad Belleza, -Eso es todo lo que sabemos en la tierra, y todo lo que necesitamos saber." No me cabe duda de que el austríaco Ernst Haas (Viena 1921 - New York 1986) podía haber suscrito esas mismas palabras, como testimonia su obra fotográfica, compuesta por unas imágenes de una belleza que nos deja sin aliento,  recordándonos que lo bello está en cualquier parte a nuestro alrededor, sólo hay que estar atento, sólo hay que saber mirar.

Ernst Haas, que había comenzado a estudiar pintura, se aficiona sin embargo ya desde estudiante a la fotografía, exponiendo por primera vez en Viena en 1947. Su primer éxito le sobrevendrá con el reportaje sobre la vuelta a casa de los prisioneros de la guerra, serie que publica en 1949 en las revistas Heute y Life. De resultas de ello es contratado por Robert Capa para formar parte de la agencia Magnum. En 1951 se traslada a los Estados Unidos. 

Su llegada a este país coincide aproximadamente con sus primeras fotografías en color. El propio autor habla de sus motivaciones: "En mi recuerdo de los años de la guerra serán para mí años en blanco y negro o, mejor, en gris. Quiero decir que, de alguna manera, quizás simbólicamente, el mundo y la vida habían cambiado, como si todo de pronto apareciese recién pintado. Los tiempos grises habían terminado, como si estuviese naciendo una primavera nueva, quería celebrar con el color la renovación de los tiempos, cuajados de nuevas esperanzas".

Las emulsiones de color que se usaban en esa época no eran fáciles de utilizar, el autor mostró su preferencia por la película Kodachrome de 35 mm, que le permitía afrontar su trabajo con una audaz actitud de experimentación que será siempre el norte y la norma de su obra fotográfica. Haas tiene una visión a mi modo de ver muy pictórica del color, para él no es que las cosas estén coloreadas, como si, además de forma tuviesen también color, sino que las cosas SON color, lo primero que la mirada capta es color, el color define los objetos y atrapa o desvía nuestra atención, provoca sentimientos, el color es el sujeto.

Además de con el color Ernst Haas es conocido por su experimentación con el desenfoque de la imagen, realizando exposiciones lentas, en ocasiones moviendo también la cámara, para conseguir captar una cuarta dimensión de la imagen: el movimiento. El artista no se conforma con que la imagen fotográfica sea una imagen detenida, una instantánea, quiere sugerir el antes y el después, la secuencia.

Nuestro autor reivindica una actitud performativa, activa del artista. La mirada del fotógrafo no se limita a un pasivo mirar, a meramente escoger qué fragmento retratar de aquello que se muestra ante sus ojos. Como él mismo dirá, el pintor parte de un lienzo en blanco donde puede pintar lo que quiera, al fotógrafo la realidad le viene dada, pero tiene que "enmarcarla", destacar lo que quiere mostrar. Ello requiere una mirada dispuesta a dejarse sorprender, alejada de lo tópico, de las fórmulas y al mismo tiempo rastreadora, inquisitiva, como la de un detective, como la del investigador que el artista es en definitiva.

No quiero alargarme más, ya que lo importante es el placer que producen estas imágenes, creadas gracias a una maestría técnica incuestionable que sin embargo no hace exhibicionismo de sí misma, sino que se supedita a la obtención de unos fragmentos de absoluta belleza. Vaya desde esta página mi homenaje más sincero a este genio de la fotografía, a este mago de la imagen.





Central Park New York, 1952.





Revolving door New York, 1955.





Skyscrapers rise into the fog above New York city, 1980.





Buildings in third avenue New York reflected in a shop window, 1952.





New York, 1957.





New York, 1952.





New York city lights, impressionist effect, 1972.





Paris, 1954.





Shadow of a gondolier, 1955.





Railings in Times Square New York on a wet day, 1955.





A cracked pane of glass, 1963.





Abstract, 1970.





A cloudy night sky over the Western Skies Motor Motel in Colorado, 1978.





Johannesburg, 1954.





c. 1970





Hydrangeas California, 1982.





Parachute flowers, 1967.





The Creation series, 1971.











Bird in flight, 1959.





Traffic Mexico city, 1963.





Swimmers Olympics, 1984.





La suerte de capa, Pamplona, 1956.





Toro, Pamplona, 1956.





Una Edad de Oro I: Rosalba Carriera

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La pintura al pastel conoce durante el siglo XVIII una breve Edad de Oro de la que me propongo mostrar en entradas sucesivas los ejemplos más sobresalientes. Los lápices o barras de pastel consisten en pigmentos secos aglutinados mediante goma o resina, el color se aplica directamente sobre papel, de manera que permite una técnica rápida y ágil en la que el artista puede jugar con los efectos de tramaje sobre el papel más o menos rugoso, con la línea, las superposiciones de colores que facilita el lápiz o incluso combinarlo con gouache. Es una técnica difícil, pero muy vistosa por las delicadas texturas y coloridos que ofrece.

El gusto del arte rococó por la delicadeza, la obra de pequeño formato, el aprecio por el dibujo, por la obra en fase de boceto, posibilitó que este período viese surgir a los más grandes talentos que han ilustrado esta técnica artística con sus obras, como Rosalba Carriera, Jean-Étienne Liotard o Maurice Quentin de La Tour. Esta primera entrega de la serie está por derecho propio dedicada a la singular figura de Rosalba Carriera que fue la primera que, por así decirlo, impuso y extendió la moda del retrato al pastel por toda Europa gracias a sus extraordinarias dotes técnicas y su sensibilidad artística.

Rosalba Carriera (Venecia 1675 - ibid. 1757) nace en una familia de artesanos y comienza a pintar motivos decorativos en cajas de rapé y miniaturas sobre marfil hasta que del miniaturismo fue derivando hacia el retrato al pastel. Sin embargo probablemente el hecho de residir en Venecia, uno de los jalones obligatorios del Grand Tour, contribuyó no poco al lanzamiento de su obra a nivel internacional, pues aquellos ilustres turistas llevaban sus retratos por Europa, donde no tardaron en ser admirados, de modo que todo aristócrata que recalaba en Venecia deseaba ser retratado por Carriera. Con todo su obra tarda en obtener reconocimiento, ya que no es hasta 1705 que es admitida como académica de la Accademia de San Lucca de Roma. 

El momento de su apoteosis y triunfo a nivel internacional tiene lugar con ocasión de su viaje en 1721 a París, donde el "todo el mundo" de la época se pelea literalmente por ser retratado por la signorina Rosalba, desde el regente o el rey hasta el último gacetillero de moda. A partir de ese momento seguirá recibiendo multitud de encargos y reconocimientos y podrá vivir muy holgadamente de su arte, cosa no muy frecuente en su época y en absoluto frecuente para una mujer, para más inri, soltera. Sus últimos años fueron amargos, unas cataratas la privaron progresivamente de la visión, hasta que intentó una operación que la dejó ciega (¡las técnicas quirúrgicas del momento!).

La obra de Rosalba tiene una técnica impecable, pero sobre todo la artista posee una perspicacia enorme, no sólo por la gran facilidad con que consigue captar los rasgos característicos del sujeto retratado o sugerir su psicología, sino por la seductora manera de enfrentar a sus modelos con la imagen que desean ver de sí mismos, y de hacerlo sin que la adulación sea demasiado evidente. A mí en particular, si me parecen muy bellos todos esos retratos de la nobleza, me gustan sobre todo los retratos, menos aduladores, de sus compañeros de profesión, ese maravilloso retrato de Tiepolo o el retrato de Watteau, es que "ése" es Watteau, con su naturaleza melancólica y atormentada, nadie habría sabido representarlo mejor. Finalmente sus autorretratos me parecen lo mejor de toda su obra, sinceros y desprovistos de toda coquetería, de una belleza conmovedora.





 Africa, alegoría. Gemäldegalerie Alte Meister, Staatliche Kunstsammlungen Dresden





 Retrato de Gustavus Hamilton, segundo vizconde Boyne. 1730-31. The Barber Institute of Fine Arts, Birmingham.





 Retrato de Charles Sackville , segundo duque de Dorchester





 Retrato de Henry Pelham-Clinton, segundo duque de Newcastle-under-Lyme





 Retrato de Sidney Beauclerk, 1720-23. Colección privada





 Retrato de señora mayor, 1740. Galleria dell'Accademia. Venezia





 Retrato de Luis XV como Delfín, 1720-21. Gemäldegalerie Alte Meister, Staatliche Kunstsammlungen Dresden





 Cabeza de niña de perfil, 1720. Museo del Hermitage, San Petersburgo.





 Retrato de un niño de la familia Le Blond, 1730. Galleria dell'Accademia. Venezia





 Retrato de Giambattista Tiepolo





 Retrato de Jean-Atoine Watteau, 1721. Museo Civico Lugi Bailo. Treviso





 Retrato de Sir Horace Walpole, 1741. Colección privada.





 Retrato masculino, 1720-21. National Gallery, London





 Autorretrato en la edad madura, 1746. The Royal Collection Trust





Autorretrato con laureles, 1746. Galleria dell'Accademia. Venezia




Una Edad de Oro II: Selfies, chocolate y unos higos.

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Jean-Étienne Liotard (Ginebra 1702- ibid. 1789). Este casi compatriota mío nace, como yo, en Suiza por accidente: su padre es uno de los muchos hugonotes que huyen de Francia en 1685 a consecuencia de la revocación del Edicto de Nantes. El hijo sin embargo no parece haberse sentido limitado por cuestiones confesionales, ya que lo vemos desde 1725 en París como aprendiz de pintor. De allí pronto viaja a Roma, donde pinta a varios cardenales y en la década de los 30 marcha en el séquito de un diplomático europeo hasta Estambul. 

Su estancia en la capital otomana marca un hito en su carrera, él será uno de los artistas del momento que más contribuirán a la "moda turca" en Europa. En Estambul no pierde el tiempo y realiza retratos de importantes personajes, pero, sobre todo, en un toque de excentricidad muy helvético, pasa a vivir y vestir a la turca, instalándose a su vuelta en Viena pertrechado de un turbante enorme y unas barbas de pachá haciéndose llamar "el pintor turco". Ni que decir tiene que triunfa y todas sus modelos aristocráticas quieren que las pinte vestidas de odaliscas como si estuviesen en el serrayo del Sultán. 

La moda turca duró lo que duran todas las modas, pero nuestro artista supo reinventarse y siguió viajando y de Viena volvió a París y de ahí a Londres donde tuvo una importante cantera de clientes. Su vida es una de las más viajeras y cosmopolitas de los artistas de su tiempo, lo que no es poco decir. Sólo a los 78 años vuelve a Ginebra, esta vez para quedarse y llevar una vida algo más tranquila, ya alejado del apremio de los encargos, consigue pintar algunos paisajes, autorretratos y naturalezas muertas. Después de una larga, agitada y provechosa vida muere en su ciudad natal a los 91 años.

Los retratos de encargo de Liotard destacan por una extremada precisión en la representación, el artista profesa la idea, bastante común en su tiempo, de que el arte imita a la naturaleza y por tanto la obra de arte será tanto mejor cuanto con más fidelidad reproduzca y "fije" el modelo. La mejor ilustración de esta práctica artística, y una de sus obras más renombradas, es "La bella chocolatera", una delicada y trabajadísima obra donde cada pliegue o doblez del vestido está fiel y exquisitamente reproducido, así como el brillo del vaso de agua, la plata o la calidad de la porcelana. 

Sin embargo a veces una cosa es lo que el artista dice que hace y otra lo que de verdad hace. En sus autorretratos, el artista se enfrenta a un reto muy diferente, el propio yo como objeto, una indagación del yo, ajena a todo psicologismo, sólo como un ojo neutro que se mira a través del espejo y va trascribiendo, cada vez con mayor desnudez y economía, lo que el ojo ve. Son fascinantes estas series de autorretratos por lo que tienen de moderno, de experimental, de reto contra uno mismo, y cómo evolucionan las máscaras del yo, desde el artista-caballero de sus inicios, al artista excéntrico-a-la-turca que necesita llamar la atención, a finalmente el anciano que ora contempla su propia decadencia, ora se ríe de sí mismo. Maravilloso y único el autorretrato dentro de un paisaje, un paisaje muy adelantado a su tiempo.

Finalmente quería mostrar la obra que más me gusta de Liotard, una de sus últimas obras, ese maravilloso bodegón con una mesa sobre la que hay unas peras y unos higos que podría haberlos pintado Cézanne, un milagro de concisión, de sencillez, de armonía tonal, de trazo, de intensidad, una obra que pone el broche de oro a una carrera y por la que uno querría ser recordado por la posteridad (sea eso lo que sea).





Jean-Étienne Liotard, La Belle Chocolatière, 1743-44. Pastel sobre pergamino. Gemäldegallerie Alte Meister, Dresde.





Jean-Étienne Liotard, Autorretrato, 1731-33. Óleo sobre lienzo. Colección privada





 Jean-Étienne Liotard, Autorretrato, 1737. Pastel. Musée d'Art et d'Histoire, Genève





 Jean-Étienne Liotard, Autorretrato, 1744. Pastel. Galleria degli Uffizzi, Florencia





Jean-Étienne Liotard, Autorretrato, 1744-45. Pastel. Staatliche Kunstammlungen, Dresde.





Jean-Étienne Liotard, Autorretrato en el caballete, 1751-52. Pastel. Musée d'Art et d'Histoire, Genève





 Jean-Étienne Liotard, Autoportrait au bonnet rouge, 1768. Bibliothèque de Genève





 Jean-Étienne Liotard, Autoportrait au bonnet rouge, 1768. Colección privada





Jean-Étienne Liotard, Vista desde el estudio del artista en Ginebra, 1768. Pastel. Rijksmuseum, Amsterdam





 Jean-Étienne Liotard, Autoportrait la main au menton, 1770. Musée d'Art et d'Histoire, Genève





 Jean-Étienne Liotard, Liotard riendo, c. 1770. Óleo sobre lienzo. Musée d'Art et d'Histoire, Genève





 Jean-Étienne Liotard, Autorretrato "dibujado y dibujando", 1782. Lápiz y tiza sobre papel. Musée d'Art et d'Histoire, Genève





Jean-Étienne Liotard, Naturaleza muerta con higos, 1782. Pastel. Musée d'Art et d'Histoire, Genève




Una Edad de Oro III: Maurice Quentin de La Tour

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Maurice Quentin de La Tour (Saint Quentin 1704 - ibid. 1788) se nos muestra en su biografía como un típico hijo de su siglo, llegado a los quince años a París se emplea como aprendiz de un grabador y pronto viaja a Londres donde admirará los retratos de Van Dyck. Su introducción en la técnica del pastel vendrá sin duda inducida por la estancia en París (1720-21) de Rosalba Carriera a la que conoce personalmente y que va a ser una influencia fundamental para el joven artista. El éxito de la Carriera seguramente induce a La Tour a probar suerte en esta nueva técnica tan de moda y pronto descubrirá que su facultades son muy a propósito para ella, de tal manera que desde entonces se va a dedicar en exclusiva al pastel, hasta el punto de que sólo se conservan sus pasteles, desconocemos si trabajó otras técnicas artísticas.

En una élite tan pequeña el espaldarazo definitivo le vendrá a raíz de pintar en 1735 el retrato del otro hombre a la moda, Voltaire; a partir de entonces hasta su muerte recibirá numerosísimos encargos y conseguirá vivir como un caballero. Preocupado por la formación de nuevos artistas funda una escuela de dibujo en su pueblo natal y beca los viajes de los jóvenes pintores. Sus últimos años los vive recluido en casa, aquejado de una demencia senil o de Alzheimer.

Se dice que La Tour era más bien lento en concluir sus trabajos, lo que, unido a la cantidad de encargos, lo tenía siempre ocupadísimo. Sin duda era un artista concienzudo y además su clientela apreciaba ese tipo de acabado en que el pintor trabaja la calidad de una seda, la filigrana de un bordado o el brillo de una armadura, muchos de esos retratos acabados con tanto trabajo y precisión pueden verse hoy en museos europeos o en colecciones privadas. 

Sin embargo a mí me gustan mucho más estos bocetos preparatorios donde el artista sólo se esfuerza en captar ese algo característico del retratado, el gesto, la mirada, eso que, más allá de la pura definición de los rasgos físicos, nos identifica y nos hace decir "así es, ese soy yo". En esto La Tour es el mejor, no tiene parangón, es como si estableciese una corriente de complicidad con su retratado, de tal manera que el modelo, más que estar posando parece asomarse por el quicio de una puerta como para espiar o saludarnos desde el otro lado del papel.

Me encanta mirar estos rostros, risueños, felices, llenos de autoconfianza, es como echar un vistazo dentro de los salones de una "beautiful people" en sus tiempos de mayor esplendor y despreocupación, el reinado de aquel bon vivant que fue Luis XV. Una multitud de personajes desde el rey, hasta sus amantes,  nobles, filósofos, artistas, burgueses, ilustres y famosillos, nobles y parvenues, todos sonríen afables y contemplan ante sí la perspectiva de un lisonjero futuro. ¿Cuántos de ellos acabarían bajo la guillotina? ¿Cuántos arruinados o con las vidas trastornadas tras el fatídico 1789?

Confieso que estos rostros, conocidos unos, anónimos los más, me recuerdan otros rostros mucho más antiguos, los que los romanos que vivían en Egipto pintaban sobre tablillas para poner en los sudarios, los rostros de El Fayum. Como ellos parecen mirarnos desde la sombra para decirnos: "vive, vive tú que puedes, vive mientras puedas, que yo más quisiera ser el más pobre de los vivos que ven la dulce luz del sol, antes que ser el rey de los muertos".







Marie Fel, esposa del pintor, 1757.

Madame Favart

Magistrado Jacques Laura Cooper Breteuil

Jean Le Rond d'Alembert, 1753.

Mademoiselle Camargo

Madame Pompadour

Madame Rougeau

Hijo de Jean Paris de Montmartel

Estudio para el retrato de Voltaire

Autorretrato

Autorretrato.

Estudio de retrato para un desconocido

Jean Le Rond d'Alembert

Autorretrato

Mademoiselle Dangeville

Estudio de retrato para una desconocida

Luis, Delfín de Francia, 1762.

Mademoiselle Chacrylique sur Toileagner de la Grange

Luis XV

Estudio para retrato de un desconocido

Mademoiselle Pavigne

Estudio para retrato de una desconocida

Estudio para retrato de una desconocida

 Estudio para retrato de un desconocido

Jean Paris de Montmartel




Toma de mis manos

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 John Grant, Rose.



Toma de mis manos para tu gozo
un poco de sol y de miel,
como nos ordenaron las abejas de Perséfone.

No soltar una barca a la deriva,
no sentir en la piel la sombra de una bota,
no vencer al dolor en esta vida dormida.

Sólo nos quedan los besos,
afelpados como abejitas
que mueren lejos de la colmena,
y que murmuran en la transparente espesura de la noche,
su patria es el bosque dormido del Taigeto
y su alimento, el tiempo, la pulmonaria y la menta.

Toma para tu gozo mi regalo salvaje,
este feo y seco collar
de abejas muertas que convirtieron su miel en sol.

                                              Osip Mandelstam, Tristia, 1920.
                                                                     Traducción de Jesús García Gabaldón.




¿La ruina es bella?

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A todos los que hoy en día visitan Pompeya, el Coliseo o el Foro romano o cualquier otro recinto arqueológico les parece normal pensar que las ruinas siempre hayan ejercido su fascinación sobre los seres humanos. Y sin embargo nada más falso, los antiguos (como la generación de nuestros padres por cierto) no sentían el menor cariño por los edificios rotos, de hecho detestaban lo viejo, o lo antiguo, y se sentían fascinados por todo lo moderno, así ha sido siempre desde que el mundo es mundo.

Muestras de esta natural repulsión por lo caduco las encontramos en todas partes: Los antiguos romanos, por ejemplo, una vez que se convirtieron al cristianismo, dejaron abandonados los antiguos templos y no sólo no los frecuentaban por viejos e inservibles, sino porque estaban convencidos de que estos estaban habitados por demonios, por lo que sólo unos valientes deportistas de la fe, los monjes, se entrenaban en luchar contra el maligno habitando en ellos. Otro ejemplo mucho más reciente en nuestro país, el del rico burgués que compraba un monasterio en la Desamortización y, o bien reventaba las bóvedas góticas con cartuchos de dinamita, o las utilizaba como establos para guardar los ganados o los aperos agrícolas.

¿Cuándo y por qué surge esa moda de encontrar bellas las ruinas? Una razón es meramente técnica. Roma fue hasta el siglo XIX el centro de formación artística mundial, allí acudía, becado o por sus propios medios, todo el que quería ser artista a pasar una temporada, si no habías estado en Roma no eras nadie. Una vez allí uno de los pasatiempos favoritos de estos becarios de artista era pintar, dibujar, grabar y reproducir de todas las maneras posibles las impresionantes ruinas que llenan toda la ciudad (ruinas en las que los lugareños sólo habían reparado como canteras fácilmente disponibles). 

Con el tiempo este fervor artístico tendrá sus consecuencias: atraer al turismo, los primeros turistas nacen en el siglo XVIII al calor de los grabados de Piranesi o de las excavaciones de Winckelmann en Nápoles, ya no vienen a Roma como peregrinos, sino a ver los restos de la Antigüedad. La antigua Roma está de moda, poco después, en el XIX, Hölderlin con sus poemas y lord Byron liberando a Grecia de los turcos incorporan también a la Hélade al Grand Tour. De ahí a Benidorm y a los cruceros masivos sólo hay unos pocos pasos.

Los británicos no tenían monumentos clásicos, pero sí mohosos restos de las abadías confiscadas por Enrique VIII que salpicaban la campiña con sus estilizadas siluetas y, en un momento en que la pintura de paisaje estaba en su esplendor, y en el que el mundo rural estaba viviendo sus últimos días antes de sucumbir al embate de la Revolución Industrial, se dieron a la tarea de pintar esas bellas ruinas antes de que se desmoronaran del todo. 

Después el Romanticismo, con su mirada retrógrada y nostálgica de un pasado medieval en el que pretende reencontrar las auténticas raíces de ese nuevo decubrimiento del siglo, la Nacionalidad, también hará sus propios vagabundeos por las ruinas de castillos y conventos, ahora encontrados de repente evocadores, pintorescos, legendarios.

Lo cierto de todo esto es que, si bien la arqueología como disciplina científica merece todo nuestro respeto en su intento de construir un saber a partir de los vestigios materiales del pasado, el gusto popular por las ruinas es puro esnobismo, una cursilería y un reflejo kitsch del que nosotros, los modernos hijos de una civilización hipertecnológica, deberíamos más que nadie abjurar y abominar. 

Como decía José Luis de Vilallonga, la nostalgia es un error, aquello de que "cualquiera tiempo pasado fue mejor" es una bobada más de la quincallería literaria que hemos heredado, un chascarrillo, nada más. Vete pues a IKEA, tira los muebles viejos y no mires atrás, porque el día que ha pasado es día amortizado y sólo tienes el HOY.






Nicolas Poussin (Les Andelys, Francia 1594 - Roma, Italia 1665)
En esta obra de madurez titulada San Juan en Patmos constatamos la preferencia de Poussin por un paisaje "amueblado" con antigüedades, en este caso bellamente sembrado de ruinas. ¿Un símbolo de la decadencia de la antigüedad pagana frente a la Buena Nueva cristiana que San Juan está a punto de proclamar?




Giovanni Battista Piranesi (Mogliano Veneto, Italia 1720 - Roma, Italia 1778)
Los extraordinarios grabados de Piranesi y su amplísima difusión por Europa, junto con la pujante moda de la arqueología, recién inventada por Winckelmann, contribuyeron en grandísima medida a la popularidad de las ruinas clásicas en el imaginario occidental.




Giovanni Battista Piranesi (Mogliano Veneto, Italia 1720 - Roma, Italia 1778)





Giovanni Battista Piranesi (Mogliano Veneto, Italia 1720 - Roma, Italia 1778)
Piranesi no se contentaba con reproducir las ruinas romanas en su estado actual, sino que impulsó la moda de la fantasía arquitectónica con grabados tan impresionantes como éste en que vemos una fantasiosa reconstrucción de la via Apia.




Hubert Robert (París, Francia 1733 - ibid. 1808)
Robert vivió largo tiempo en Italia y se convirtió en un pintor muy respetado tanto por el público, al que llegaba también a través de sus muchos grabados en la estela de Piranesi, como por sus compañeros de profesión y, cosa rara, a pesar de ser un monárquico convencido, consiguió sobrevivir a la revolución francesa sin mengua de su popularidad. Robert se toma grandes libertades y "compone" paisajes con ruinas un poco ad libitum, es decir, no reproduce en general un modelo concreto sino que mezcla monumentos varios y crea sus propias escenografías o parques temáticos arqueológicos. Es curioso que fuese en el momento en que el Antiguo Régimen estaba a punto de desplomarse cuando se imponga la moda de la pintura de ruinas ¿Una premonición de lo que se avecinaba?




Hubert Robert (París, Francia 1733 - ibid. 1808)





Hubert Robert (París, Francia 1733 - ibid. 1808)





Hubert Robert (París, Francia 1733 - ibid. 1808)





Hubert Robert (París, Francia 1733 - ibid. 1808)





Joseph Mallord William Turner (Londres, UK 1775 - ibid. 1851)
Turner es un paisajista preocupado sobre todo por la luz, sus cuadros de temática de ruinas son incidentales y más bien vinculados a sus viajes a Italia. Esta Vista del Foro Romano en particular me hace pensar en el momento que Gibbon, según confiesa en sus memorias, se decidió a escribir su Decadencia y caída del Imperio Romano, cuando estando en el Capitolio oyó rezar a unos monjes franciscanos y, en medio de aquellos ilustres monumentos del glorioso pasado, pensó que debía reconstruir el proceso por el que un imperio tan grande se había llegado a tamaña ruina.




John Constable (East Bergholt, UK 1776 - Londres, UK 1837)
Constable también hará sus pinitos en este género aunque, como puede comprobarse por esta obra, Hadleigh Castle, usa la ruina meramente como un hito en el paisaje para conducir la vista hacia la profundidad del valle o para enmarcar mejor los efectos lumínicos del cielo nublado.




Joseph Michael Gandy (Londres, UK 1771 - Devon, UK 1843)
Gandy trabajará como protegido del gran arquitecto inglés Sir John Soane, en cuya casa museo está esta maravillosa acuarela. En ella representa, de modo muy original, el edificio, que Soane estaba construyendo por aquel entonces, del Banco de Inglaterra, visto como sería dentro de miles de años, cuando fuese una ruina comparable a las Termas de Caracalla, en una especie de profecía gráfica  contemplando, antes de acabar de construirse, la gran ruina que será algún día. Curioso ¿no?




David Roberts (Stockbridge, UK 1796 - Londres, UK 1864)
El escocés Roberts, aparte del género de abadías inglesas en la floresta, será muy conocido y recordado por sus bellísimas acuarelas de los grandes monumentos egipcios, otras ruinas exóticas y grandiosas para el público de su época que comenzaba a interesarse por la egiptología.




Guillaume Victor van der Hecht (pintor belga 1817 - 1891)
Ruinas de Kenilworth Castle




William Henry James Boot (Manchester, UK 1848 - Londres, UK 1918)





Arnold Böcklin (Basilea, Suiza 1827 - Fiesole, Italia 1901)
El suizo Böcklin pone de moda el paisaje "pintoresco" o enigmático, con misteriosas ruinas, ya no de raigambre clásica, sino en parajes nórdicos y góticos. Es curioso que tuviese tanta popularidad en su época, prácticamente le quitaban los cuadros de las manos, a mí hoy día me parece un tanto tópico y sobreactuado, su arte es, en el mal sentido de la palabra, ficción.




Arnold Böcklin (Basilea, Suiza 1827 - Fiesole, Italia 1901)





Caspar David Friedrich (Greifswald, Alemania 1779 - Dresde, Alemania 1840)
Friedrich es un místico con una religiosidad de raíz panteísta, me recuerda mucho a Hölderlin o a Novalis, con una conexión genuina con la Naturaleza, reflejada no tanto, como en Constable, a través de la plasmación en el cuadro de los efectos de luz o del paisaje realmente observado, sino que se sirve del paisaje como medio para expresar una dimensión espiritual o anímica. Sus ruinas son de una tristeza infinita y al mismo tiempo transmiten una gran paz y armonía, son un canto que entona el sic transit Gloria Mundi, al tiempo que proclama el inevitable cambio de Heráclito, el eterno retorno en el seno de la madre Naturaleza.




Caspar David Friedrich (Greifswald, Alemania 1779 - Dresde, Alemania 1840)





Caspar David Friedrich (Greifswald, Alemania 1779 - Dresde, Alemania 1840)





Jules Coignet (Paris, Francia 1798 - ibid. 1860)
Palazzo Madama, Nápoles




Christen Schiellerup Kobke (Copenhague, Dinamarca 1810 - ibid. 1848)
Vista del Vesubio desde Pompeya




Adolf Hitler (Braunau am Inn, Austria 1889 - Berlin, Alemania 1945)
Bertolt Brecht llamaba a Hitler "el pintor de brocha gorda", a la vista de esta fea acuarela de aficionado podemos estar totalmente de acuerdo con este apelativo. De hecho se me ocurrió la redacción de esta entrada a la vista de esta acuarela. Hay algo perverso y terriblemente perturbador, es como una malvada profecía, que el hombre que iba a convertir Europa entera en un montón de ruinas se entretuviese pintando estos paisajes kitsch de ruinas góticas en los tiempos en que aún aspiraba a ser un artista.



Una visión inquietante: Monsú Desiderio

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El siglo XVII es un tiempo de crisis de civilización en Europa. Al concepto de Cristiandad sucede una pugna encarnizada con todo el fanatismo sectario de las nuevas potencias católicas o protestantes, credos en lucha que pelean por hacerse su espacio a costa de sus vecinos, con ardor misionero algunas veces o con la más salvaje violencia las más veces. Así el siglo está marcado por largas y destructivas guerras como la Guerra de Flandes o la Guerra de los Treinta Años que dejarán mermada a la población de toda la Europa central, arruinarán ciudades antes prósperas y agotarán los recursos de estados y de particulares. 

El siglo va a verse sometido a sacudidas de violencia extrema causadas por las hambrunas y la sensación de injusticia de los ciudadanos, y así estallan terribles revueltas como la de Massaniello en Nápoles o la Revuelta dels Segadors en Cataluña. Junto a la creciente pobreza, abofetea la conciencia el surgimiento de una nueva clase de potentados más rica, más ostentosa en su riqueza, más cohesionada y más autoritaria. En definitiva, el mundo del barroco es un mundo en crisis: violento, desigual, fanáticamente religioso, pesimista, irónico, escapista por pura necesidad.

El arte imita a la vida, se dice, y en una sociedad de excesos, donde no hay mañana y todo parece ser teatro y apariencia, el arte es también excesivo: triunfante y bombástico o lóbrego y tenebrista, conceptuoso y moralizador o escapista y estetizante. El artista barroco ha tenido que luchar en guerras reales, ver ciudades arrasadas, hombres moribundos, al tiempo que nobles empenachados y procesiones espectaculares, ha tenido que lidiar con la Inquisición o con el puro caos, y de todo ese mundo circundante ha extraido su conciencia de la fragilidad de la vida, de lo tenebroso que se oculta tras la belleza, del precio que cuesta cada instante de felicidad terrena.

En este marco recargado y atormentado del barroco me llama la atención la figura de este Monsú Desiderio, misterioso personaje de que casi no sabemos nada y lo poco que sabemos es bastante enigmático y más que aclarar oscurece. Monsú Desiderio es sólo una marca, un nombre, una máscara. Debajo de esta hay dos personas (se dice incluso que tres) un pintor lorenés de Metz llamado François de Nomé, pasado por Roma y finalmente afincado en Nápoles, otro, quizás compatriota, ya situado y con taller en la ciudad, Didier Barra, más un tercero desconocido, quizás otro miembro del taller, quizás sólo un imitador al arrimo del éxito. Cuándo o cómo se encuentran estos pintores, por qué deciden pintar a cuatro manos, cuánto tiempo dura esta colaboración es algo que permanece en la sombra. 

Sus pinturas, visiones atormentadas de ciudades con arquitecturas fantásticas o con paisajes de ruinas habitadas por minúsculos personajes que escenifican historias del repertorio moralizante al uso, tienen escaso éxito en su momento, pues no han tenido continuidad en pintores posteriores, hoy están dispersan en los EEUU, Nápoles, museos varios de Europa y un sin fin de coleccionistas privados. Estas visiones nos inquietan porque no sabemos si son una contemplación del pasado o una profecía del futuro. Hoy, que vivimos un tiempo de transición entre una sociedad que muere y otra que no acaba de nacer, pero que ya hemos aprendido a temer, podemos identificarnos con el espíritu de una obra tan ambigua, extraña e inquietante como la de Monsú Desiderio S. L.



 El Hades





 El rey Asa de Judá destruyendo los ídolos





 Lot y su mujer huyen de Sodoma





 La caída de Troya





 La tumba de Salomón





 San Pablo predicando a los atenienses





 Salomé recibe la cabeza de Juan el bautista





 Susana y los viejos





 Asesinato en la noche (¿Judith y Holofernes?)





 La torre de Babel





 San Agustín y el niño en la playa





 El emperador Constantino destruyendo los ídolos





 El gran Belisario reconocido por uno de sus soldados





 Escena de batalla





 Martirio de un santo en el Circo romano





 Destrucción de Sodoma y Gomorra





 La caída de Troya





Paisaje con ruinas




Recomiendo muy encarecidamente que lean la apasionante historia del descubrimiento del enigmático Monsú Desiderio y los pintores que se esconden bajo este nombre narrada y bien documentada en la maravillosa entrada cuyo vínculo les dejo a continuación.
Deben leerla, en serio, es una joya: http://www.taller54.com/monsu.htm

ΓΝΩΘΙ ΣΕΑΥΤΟΝ

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CONÓCETE A TI MISMO. Esta sentencia según se dice estaba escrita en el templo de Apolo en Delfos para mostrar el camino que conduce al verdadero conocimiento, aquél que no es mera erudición, sino preparación para la vida, reserva inagotable de la que nutrir la propia personalidad.

Esta frase va a ser la guía de un proyecto pedagógico radical, la enseñanza de Sócrates. Frente a los vendedores de eficiencia, los sofistas, tecnócratas que prometen conocimientos útiles y "empleabilidad", frente a los científicos y su "conocimiento por el conocimento", frente a los piadosos y sus libros sagrados, Sócrates quiere enseñar al alumno a ser persona, y para ello tiene que hacer que el discípulo vaya sacando de sí lo que lleva dentro y, en palabras de Píndaro, "llegue a convertirse en el que es". Para este propósito, en lugar de clases magistrales, conferencias o programaciones, sólo necesita el diálogo, hablar y escuchar, e ir quitando, quitando todo aquello que no es genuino, los prejuicios de la tribu, las presunciones, las falsas creencias, los postureos, las vanidades de la inteligencia.

Mediante el diálogo ir rectificando, ir mostrando la diferencia entre lo recto y lo torcido, entre el bien y el mal, pero no de un modo doctrinario, no "tu" verdad, sino la verdad, ven conmigo a buscarla, que decía Machado. Ir dejando que el alumno hable y escucharle, no como un modo de tenderle trampas para que se líe en su propio discurso y luego ir a pillarle, no tampoco como el diván del doctor Freud para que reviva su traumas de infancia, sino tomándose en serio radicalmente al ser humano que tiene enfrente y por eso escucharle, sí, pero también por eso justamente plantearle objeciones cuando se aparta de lo justo, de lo verdadero, cuando yerra, pero dejando a la vez que camine a su paso hacia el descubrimiento de las verdades sin llevarlo por atajos, sin imponerle soluciones, sino ayudándole a que construya su propio saber. Como la partera ayuda a la madre a dar a luz, así el maestro.

Nosotros los de hoy, que damos clases sometidos al programa, programa, programa, nosotros que dividimos el saber en parcelas llamadas asignaturas, nosotros que nos subimos a la tarima y aleccionamos a los alumnos de treinta en treinta, ¡Qué lejos seguimos estando de la verdadera educación! y cómo cada vez educar parece más y más difícil. Qué poco hemos aprendido de Sócrates. Cuanto más lo admiramos tanto más nos alejamos de su enseñanza hasta convertirlo en un personaje "histórico", en una figura de mármol, nosotros entre todos hemos matado, seguimos matando, a Sócrates.




Pietro della Vecchia (1603 -1678), Sócrates y dos alumnos. Museo Nacional del Prado, Madrid.






Richard Diebenkorn

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Richard Clifford Diebenkorn (Portland, Oregon, 1922 - Berkeley, California, 1993) ha sido toda su vida un pintor empeñado en una búsqueda personal que le ha llevado a seguir sus propias preocupaciones estéticas y sus propias investigaciones formales, a menudo en soledad y a contracorriente. 

Vive desde niño en el área de San Francisco y en los años 40 estudia en la universidad de Stanford, donde recibe una formación clásica y cultiva en sus comienzos un estilo fuertemente influenciado por Edward Hopper. Durante la guerra se alista en los marines y es destinado cerca de Washington, donde puede ver la Colección Phillips y conocer las obras de Bonnard, Cézanne y Matisse, influencias que van a ser fundamentales en su obra. En los años cincuenta se convierte en uno de los pintores más representativos del expresionismo abstracto americano y entra en contacto con la pintura de Mark Rothko y Jackson Pollock entre otros.

Curiosamente, en el momento en que el movimiento abstracto americano alcanza su máxima influencia y proyección, hacia mediados de los 50, Diebenkorn emprende un cambio de rumbo y evoluciona hacia la figuración, pintando paisajes e introduciendo incluso la figura humana. Años después, a raíz de su traslado a California  en 1966 vuelve a la abstracción de nuevo, evolución que llegará a su culminación con la maravillosa serie Ocean Park, que todavía es la parte de su obra por la que es más universalmente conocido.

En 1978 representó a Estados Unidos en la Bienal de Venecia y en 1993 recibió la National Medal of Arts. Su obra ha sido una de las más relevantes en la pintura americana del siglo XX.

He escogido a Richard Diebenkorn porque me encanta su pintura, pero también porque es un paradigma que muestra cómo esa tajante frontera que a menudo trazamos entre abstracción y figuración no es más que la línea que un niño ha dibujado en la tierra con un palo. Cuando nos aproximamos a lo real, pictóricamente hablando, pensamos en líneas, en volúmenes, en los colores y sus armonías respectivas, en el peso de cada parte en la composición total, que será sin embargo percibida como un todo,  pensamos en la geometría interna que sostendrá la representación, no pensamos en un jarrón, en un monte, en un árbol, en una persona. El pintor piensa en términos pictóricos y estos son forma, línea, color. 

¿No les ha ocurrido que al ver un paisaje desde la ventanilla de un avión éste se ha convertido en un cuadro abstracto? Miramos hacia la tierra y lo que abajo son caminos, árboles, casas, montañas, se nos presenta en forma de líneas, texturas, secuencias. Lo que llamamos paisaje no es más que privilegiar el punto de vista de la perspectiva Brunellesciana, si adoptamos otro punto de vista diferente todo cambia de repente. Esto, entre otras muchas cosas, es lo que Diebenkorn nos enseña con esos paisajes donde lo importante son esas líneas, esas geometrías que cortan y secuencian la imagen y las masas de color. 

El color, este es uno de esos pintores que a mí me reconcilian con la pintura, porque visualmente es como una inundación de gozo del color, esos bellísimos verdes o azules, esas armonías tan cuidadosamente conseguidas, ese modo de rimar los tonos y crear un efecto global, esas superficies vibrantes, texturadas. Es un placer intenso contemplar la obra de Diebenkorn, hay una alegría y un lirismo, una vehemencia en el gesto pictórico que saben equilibrarse mutuamente para producir una obra única, la de un hombre discreto y profundamente honrado, que siguió sus intuiciones y consiguió, como un vinatero virtuoso, destilar la belleza usando su propia receta.






























































































































Eusebio Sempere: Las cuatro estaciones

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Recuerdo que un amigo músico solía hacer el elogio de su arte diciendo que la música es la más pura de las artes, porque es totalmente abstracta. En efecto, a nadie se le ha ocurrido distinguir entre música "figurativa" y música abtracta, se da por sentado que la música no se encamina a reproducir o imitar los sonidos de la naturaleza, sino que crea, mediante sonidos armonizados según sus propias reglas, un producto artístico al que llamamos música. 

Del mismo modo se puede decir que Eusebio Sempere (Onil, Alicante 1923 - ibid. 1985), cuando aborda la serie "Las cuatro estaciones" no pretende reproducir una naturaleza observada, no tiene que salir a pintar au plein air el paisaje de un prado en primavera, o de un bosque en otoño, o unos dorados trigales en verano; en realidad ¿Sabemos siquiera si la referencia que sugiere el nombre se refiere al mundo natural? es decir ¿Quiere ser esta una representación de una especie de "idea" en el sentido platónico, esto es, de arquetipo, de cada estación meteorológica? ¿O quizás la referencia hay que buscarla por otro lado, más meta-artística? De hecho en una entrevista el autor confiesa que en su apartamento de París, gracias a un tocadiscos que le dejó un amigo, oía una y otra vez el único disco que tenía: "Las cuatro estaciones" de Vivaldi y sugiere con  la ironía que le caracteriza, "es posible que en alguna ocasión pasara por mi mente el deseo de plasmar esa música en mi pintura". 

Como una sonata en cuatro movimientos nos presenta Eusebio Sempere su serie, como un universo formal homogéneo, unas tablas que establecen sus correspondencias entre ellas, donde el esquema paisajístico se limita a una bipartición mediante un eje horizontal ¿el eje cielo-tierra? si uno necesita ver formas véalas, si se quiere buscar la geometría búsquese, que también está. Sin embargo creo, y es una apreciación completamente personal, que Eusebio Sempere en esta época, ya casi final de su producción, superada su época más rigorista y geométrica, lo que busca, lo que trabaja, lo que consigue con un lirismo extraordinario, es plasmar la luz, todas esas rayitas que van creando tramas, que van entrecruzándose, crean unos efectos sutiles de degradaciones del color por los que la luz entra como por las rendijas creando unas irisaciones bellísimas en su levedad. 

Es curioso, y es muestra de la enorme integridad y honradez artística que Eusebio Sempere tuvo toda su vida, que en una entrevista concedida a EL PAÍS en sus últimos años dijese: "Sí. Siempre deseé ser un gran pintor. Y resulta que he visto clarísimo que no lo soy. Eso me aterra, porque yo, de verdad, he puesto cuanto estaba de mi parte; pero me doy cuenta de que no he sido un elegido...". Un desaliento semejante me recuerda al de Virgilio pidiendo que quemaran la Eneida antes de morir o el de Kafka pidiendo a Max Brod que destruyera sus novelas, es el desaliento que sufren los extremadamente perfeccionistas. No es así, Sempere es y será siempre uno de los grandes, uno de NUESTROS grandes, su obra está entre las más relevantes de todo el siglo XX español.





Eusebio Sempere. Las cuatro estaciones,1980: Primavera. Gouache sobre tabla. Museu Fundació Juan March, Palma de Mallorca





Eusebio Sempere. Las cuatro estaciones, 1980: Verano. Gouache sobre tabla. Museu Fundació Juan March, Palma de Mallorca





Eusebio Sempere. Las cuatro estaciones, 1980: Otoño. Gouache sobre tabla. Museu Fundació Juan March, Palma de Mallorca





Eusebio Sempere. Las cuatro estaciones, 1980: Invierno. Gouache sobre tabla. Museu Fundació Juan March, Palma de Mallorca






Para aquellos que no conozcan la obra de Eusebio Sempere, ésa es una buenísima razón para visitar Alicante: allí, en un bello museo en el barrio antiguo, en la llamada casa de La Asegurada, hoy MACA  (Museo Alicantino de Arte Contemporáneo) está una parte relevante de su obra, junto con una interesante colección de arte contemporáneo que el propio autor hizo a lo largo de su vida y que donó a la ciudad.

Mira ese cuadro: "Joven quitándose una liga"

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Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (Sevilla 1806 - Madrid 1857) es un pintor cuyo nombre quizás al pronto a algunos no les suene, sin embargo hay una obra suya que todos hemos visto, aunque sea en los libros de literatura: "Los poetas contemporáneos. Lectura de Zorrilla en el estudio del artista" . Este cuadro, según se dice, lo pintó en agradecimiento por la ayuda que recibió con ocasión de una terrible experiencia: Hacia 1839, como consecuencia de un herpes mal curado, Esquivel se quedó ciego. En su desesperación intentó suicidarse en dos ocasiones arrojándose al Guadalquivir. Sus amigos artistas y literatos promovieron una serie de actos benéficos para recaudar dinero para un costoso tratamiento con un oftalmólogo francés que finalmente le devolvió la vista y el pintor agradecido habría pintado el cuadro donde aparecen todos los amigos  contribuyentes. No acabo de creerme la versión, aunque es una historia tan buena que merecería ser cierta. 

Fue este pintor todo un señorito andaluz, en el buen sentido de la palabra. Nacido noble, hijo de un héroe de Bailén, pero pobre, tuvo que buscarse la vida desde bien joven, militó  en el liberalismo más radical, entre los defensores de la Constitución de Cádiz, el "código sagrado" como se decía entre los correligionarios, y participó en la Milicia de Madrid, la que obligó a la reina regente doña María Cristina a exiliarse. Este artista romántico tuvo bastante labia y amplia vida social y tanto en Sevilla como en Madrid era hombre popular y con mucha fama por fácil y halagüeño retratista, cosa que le valió muchísimos encargos y una enconada rivalidad con el clan de los Madrazo. Llegó no obstante a ser pintor de cámara y encarna un prototipo, tanto por su vida como por su obra, del artista romántico español.

En esta ocasión he querido traer, no uno de sus retratos, que los hay muy bellos, sino una obra un poco peculiar por lo infrecuente. En 1842 pinta un cuadro titulado "Joven quitándose la liga" donde aparece una joven en una postura de lo más sugerente, es un cuadro de tema erótico explícito que no tiene muchos precedentes en el casto arte hispánico, sobre todo porque, cuando un pintor quería pintar un desnudo, lo usual era valerse de la anécdota mitológica y entonces se pintaba una Venus o una Dánae o alguna otra diosa pagana, o bien se pintaba una escena de romanos, con lo que el desnudo quedaba "justificado por el guión". Esquivel en este caso nos introduce en una alcoba contemporánea, con una joven que además de la liga se ha quitado alguna otra prenda interior y que además, para colmo, mira al espectador de frente y sin tapujos, con naturalidad.




Antonio María Esquivel.Joven quitándose la liga, 1842. Meadows Museum, Dallas. USA




Tan sorprendente como el cuadro es el lugar donde hoy puede verse. La obra está en el Meadows Museum de Dallas (Texas) y está allí porque el millonario petrolero Mr.Algur H. Meadows desde los años 50 empezó a visitar España y a enamorarse del arte español y a coleccionar arte español a golpe de talonario, gracias a lo cual es posible ver en la ciudad de Dallas una excelente y nutrida colección de pintura española. ¿En qué colección particular estaba este cuadro en España? ¿Quién lo encargó en su día y con qué fin? Imagino a algún prohombre decimonónico disfrutando de lo lindo de esta obra erótica de Esquivel en la soledad de su alcoba y siento una cierta simpatía por el pícaro señor ¿Un cariñoso retrato de alguna amante? Imagino también el cuadro después acabando en manos de los piadosos hijos o nueras que pensarían para sí ¡Menuda indecencia! y lo tendrían tapado en el desván, cuando, mira por dónde, aparece un señor americano que paga lo que no está escrito por el cuadro del abuelo y, cosas de la vida, la indecencia se convierte en obra de arte para que la vean los escolares cuando visiten el museo acompañados de sus maestros. Ironías del destino...


2014: 12 meses, 12 autores, 12 fotos.

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Este año 2014 ya se va acabando, hemos llegado al último mes. Como cada año os propongo que participéis y me ayudéis a escoger la foto del año de este blog. De entre las que he ido bajando de internet por aquí y por allá, algunas imágenes me han impactado por su belleza, otras por su fealdad, por su color, por la geometría de la imagen, ¡Qué sé yo!. De entre todas ellas he seleccionado estas doce para que todos los que habitual u ocasionalmente visitáis este blog podáis poner vuestro granito de arena votando en la encuesta a la foto que más os guste. Ánimo y gracias por vuestra participación y por visitar este blog.



 Enero: Nan Goldin





 Febrero: Ernst Haas




Marzo: Bill Henson





 Abril: Luigi Ghirri





Mayo: John Grant





 Junio: Robert & Shana ParkeHarrison





 Julio: Ryan McGinley





Agosto: Adriano Batista





 Septiembre: Pierre Gonnord





 Octubre: Ambroise Tézenas





 Noviembre: Robert Gligorov





Diciembre: Donatien Veismann




El velo de la muerte.

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Recuerdo todavía la intensísima emoción de mi primer viaje a Nápoles, ahora hace ya bastantes años. La ciudad me sigue pareciendo una de las más bellas de Europa, y una de las más desconocidas. De los muchos tesoros que hacen obligatoria la visita, probablemente el que más me conmovió (entre otras cosas porque ni siquiera tenía noticia de su existencia y fue una completa sorpresa) fue el Museo Capilla Sansevero

El lugar del museo es la Capilla Sansevero, vinculada a la familia de los duques di Sangro y creada, a raíz de una aparición mariana, como exvoto por uno de los duques a finales del siglo XVI con la finalidad de convertirse en panteón familiar. En el siglo XVIII Raimondo di Sangro, séptimo príncipe de Sansevero la redecora al completo con el complejo de estatuas más impresionantes del barroco italiano. Si uno viaja a Nápoles debe sin duda ver esta capilla y sus maravillosas esculturas. 

Hoy me propongo hablar de una de ellas en particular, la que creó el escultor Giuseppe Sanmartino (Nápoles 1720 - ibid. 1793) en el año 1753 con el título de "Cristo velado". El encargo inicialmente estaba destinado a otro autor, Antonio Corradini, que sin embargo murió antes de poder acabar la obra y fue Sanmartino quien asumió su realización a partir de los bocetos que dejó su predecesor. La obra final sin embargo ha sufrido una importante reelaboración. Nos encontramos ante una escultura del barroco tardío, no sólo técnicamente impresionante, sino de una intensidad emocional que sobrepasa al mismo Bernini a Maderna o incluso a Miguel Angel. 

Cristo yacente está representado cubierto por un sudario que, más que cubrirle, resalta la fragilidad del cadáver; la técnica de paños mojados sirve para mostrar y al tiempo encubrir un exceso de naturalismo (piénsese en los cristos yacentes de las tallas españolas) sin en modo alguno atenuar el drama de la pasión, el dolor de la muerte. Uno en una primera impresión se siente abrumado por el virtuosismo técnico, pero la contemplación más tranquila deja huella por la hondura emotiva con que el escultor afronta el tema. Su situación en el centro de la nave, como un cenotafio en esta capilla funeraria, acentúa su efecto dramático. El  mármol nunca ha parecido tan leve ni tan carnal, ni la piedra dura ha estado tan cerca del llanto como en este monumento al Cristo muerto.






 Giuseppe Sanmartino. Cristo velado, detalle.






  Giuseppe Sanmartino. Cristo velado, detalle.






  Giuseppe Sanmartino. Cristo velado, detalle.






  Giuseppe Sanmartino. Cristo velado.






  Giuseppe Sanmartino. Cristo velado.






Cappella Sansevero, Napoli.






François Couperin. Troisième  leçon des ténèbres. Monserrat Figueras y María Cristina Kiehr.
He pensado que la seriedad de la tercera lección de tinieblas de Couperin, en la preciosa versión de Monserrat Figueras es un buen complemento para la contemplación de esta escultura yacente de Cristo.

Sólo con un lápiz

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Ésta es una de esas historias que gustan tanto a los norteamericanos, la historia de un hombre hecho a sí mismo gracias a su esfuerzo y su talento, un hombre que ganó cientos de miles de dolares y que, tras haber vivido en la opulencia, acabó sus días en la más absoluta miseria. Y todo esto lo consiguió armado sólo con un lápiz.

Henry Patrick Raleigh (San Francisco 1880 - Nueva York 1944) nació en una familia pobre y rota, por lo que tuvo que ponerse a trabajar siendo sólo un niño para ayudar en casa. Al principio vende periódicos, pronto encuentra trabajo en los muelles de San Francisco para una empresa importadora de café. Posee un temprano talento para el dibujo que le hace dibujar a todas horas, despertando la atención de su jefe, el coronel Clarence Bickford, quien le toma cariño y se ofrece a costearle los estudios en la prestigiosa Academia de arte Hopkins, donde se gradua dos años después. 

Comienza a trabajar para el San Francisco Bulletin, con gran éxito y a los 19 años se convierte en uno de los ilustradores diarios mejor pagados de la ciudad. Sus ilustraciones llaman la atención del magnate de la prensa William Randolph Hearst, que se lo lleva consigo a Nueva York a trabajar en su periódico. Ni un año ha pasado cuando The World le ofrece un espectacular aumento de sueldo para trabajar para su grupo editorial. A partir de ahí comienza el "reinado" de Henry Raleigh. Junto a su trabajo diario en el periódico, colabora con revistas importantes como Harper's Bazar, Collier's, Vanity Fair o The Saturday Evening Post. Toca todos los palos, ilustra las noticias de la prensa escrita, pero también hace publicidad, ilustración literaria con autores como H. G. Wells, F. Scott Fitzgerald, Agatha Christie, Faulkner, Sinclair Lewis etc, incluso ilustra cuentos para niños con una delicadeza muy especial. 

Toda esta actividad le reportará una cantidad enorme de dinero,  durante los años 20 y 30 será probablemente el ilustrador americano mejor pagado, lleva una vida de rico, con apartamento en Manhattan, yate, brillante vida social y viaje a Europa cada año. Nuestro autor se ha convertido en una especie de gran Gatsby. Su obra refleja todo este mundo brillante y frívolo de la alta sociedad, su glamour y sus gustos. Justamente es su retrato de la vida de la alta sociedad en una escenas costumbristas muy bien construidas lo que le reporta mayor fama.

Sin embargo nada dura para siempre; a los felices años veinte y su despreocupación sigue la Gran Depresión y a ésta la Guerra Mundial. El estilo de Raleigh se va quedando anticuado y los encargos poco a poco empiezan a disminuir, al mismo tiempo las revistas ilustradas comienzan cada vez más a introducir el color, nuestro autor intenta adaptarse, pero él no es un pintor, sino un dibujante, un grandísimo dibujante. Raleigh, que ha sido más cigarra que hormiga y no ha hecho muchos ahorros, acaba en la ruina, y en 1944 pone fin a su vida arrojándose desde la ventana de un hotel en Times Square.

Hoy la imagen glamourosa de las fiestas de la alta sociedad la recordamos vagamente a través del cine y al contemplar las ilustraciones de Henry Raleigh no podemos evitar el asalto de una leve nostalgia por ese mundo brillante y alocado que se fue para nunca más volver. 

Lo que queda en cambio, lo que sí que queda, son unas imágenes construidas con una técnica de dibujo extraordinaria, por lo eficaz, por lo económica y por lo versátil. El ilustrador domina de un modo magistral el arte de componer una escena con un grupo de personajes y de mostrárnoslos vivos, definidos mediante sus propios gestos; sabe cuándo y dónde detallar un rostro o un contorno, y dónde y cuándo dejar las líneas abocetadas para que el espectador complete por sí solo la imagen, en esto ha aprendido de los mejores y vemos en ocasiones el talento satírico de Daumier, pero templado por una elegancia clásica. 

Raleigh supo como nadie retratar un tipo de sociedad y devolverle la imagen que ésta tenía de sí misma en su momento de mayor autoconfianza, puso ante sus ojos un espejo idealizador y benevolente, y esta sociedad le devolvió su devoción e hizo de él su predilecto.





















































































































Tres colores: AZUL

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Digo azul y comienzo a respirar, porque azul es aire, y cielo, ¿Frío? sí, también hay frío, desiertos árticos de hielo esplendente. Azul es profundidad y misterio, el silencio suena azul. Azul es el mar, lejanía infinita. Me siento azul, dicen en inglés para decir si están tristes, ¿Es triste el azul? Cuando yo me siento azul tintinea un sonido argentino y vibrante, como una campana de vidrio; cuando me siento azul huele a salitre y a noche, y en el azul todo concluye y se deshace como un azucarillo en un vaso de agua. Mi sueño es una película muda rodada en azul de Prusia. La noche, cuando apaga los fuegos del día, tiende su velo azul sobre los mortales para que puedan descansar y volver a sí mismos. Y la muerte, sí, también la muerte será un gran azul.





Gottfried Helnwein.Untitled after Caspar David Friedrich, 1998.






Pablo Ruiz Picasso, Celestina, 1903.





Edmund Charles Tarbell,El velo azul, 1898.





Lyonel Feininger





Joaquín Sorolla y Bastida, El pescador, 1904.





Edward Robert Hughes,"Oh what's that in the hollow".





Jean-Louis Forain, Bambalinas, sinfonía en azul. c. 1900.





James Ensor, Naturaleza muerta en azul.





Kees van Dongen, Venecia Nº 2, el abrigo de cisne. 1925-30.





Giuseppe Velardo, Retrato.





Rockwell Kent,Seal hunter, North Geenland, 1933.





Julio Larraz, Buceadora desnuda.





Harald Oscar Sohlberg, Noche de Invierno en las montañas.





Henri Matisse, Vista de Nôtre Dame desde el Quai Saint Michel, 1914.





Peter Fiore





Jean Delville,Orfeo, 1893.





Tres colores: ROJO

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"Dame un poco de rojo y prenderé el mundo", podría haber dicho algún pintor incendiario. Basta una mancha roja sobre cualquier superficie y allá se nos van los ojos. El rojo nos sube la tensión, nos anima, nos perturba, nos irrita; lo que no hace nunca es dejarnos fríos, se le ama o se le odia. Te pones un jersey, un vestido rojo y ya pisas de otro modo, dispuesto/a a comerte el mundo. Una bandera roja es alarma, es pasión, multitudes exaltadas detrás. Rojo es el Infierno, iluminado con una luz de puticlub, rojo se pintaban el rostro los generales romanos el día del Triunfo, como dioses vivientes, como Marte. Roja es la ira, la guerra, pero también la caridad, el amor; un amor rosa parece poco amor, ñoño-amor, el amor-amor es rojo como la manzana de Eva. Roja es la túnica del Ecce Homo aunque debería ser púrpura, símbolo de sacrificio. Rojo es el color del poder, los mantos de terciopelo rojo, la alfombra roja, los rojos zapatos del papa, y del emperador de Roma. Roja es la muleta en la suerte de matar. ¿La sangre es roja? Homero decía siempre "la negra sangre", pensaba en la sangre derramada, "cruor" llamaban los latinos a esa sangre, y "crudelis", cruel, al que gusta de contemplarla. Sangre roja siempre derramándose por esto o por aquello, horrible e hipnótica. Los Serafines, los más elevados de las nueve jerarquías angélicas, los ardientes, los que están continuamente en presencia de Dios, son rojos; así, el centro del Cielo es rojo, como el Infierno.





Georgia O'Keefe.Red hills and bones.





Kees van Dongen. París.





Mark Tansey.Forward Retreat





Timothy Cummings





Domenico Ghirlandaio. Anciano con su nieto.





Domenikos Theotokopouli, El Greco. El expolio. Catedral de Toledo, sacristía.





Abshalon Jac Lahav. Eva Hesse





Anónimo medieval.





Alex Katz.Retrato





Béla Kontuly. Retrato de niña en rojo,1937.





Vicente López Portaña.Retrato de Félix Máximo López. Museo del Prado





Arturo Ballester.





René Gruau.





Santiago Carusso.La condesa sangrienta.





Avigdor Arikha.Granadas.





Giovanni Boldini.Mujer de rojo



Tres colores: AMARILLO

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En mi tierra, La Mancha, una vez al año el paisaje se vuelve amarillo, los campos de trigo que hasta hace poco alfombraban de verde los llanos interminables, con el calor del verano se vuelven rubios y es posible ver un mar de oro compuesto de miles y miles de espigas que forman ondas al movimiento del más suave soplo de viento. Es una época gloriosa, todo ese esplendor dorado que reverbera a la luz del sol y la multiplica ¿Quién quiere mar si mar ya tiene? Así se sintió Midas cuando constató, entre maravillado y aterrado, que todo cuanto tocaba se transmutaba en oro ¿Acaso el dorar de los trigos no le deberá a él precisamente su primera causa? Quién sabe. Todo tiene un comienzo mítico y La Mancha es tierra de mitos no menos que el Peloponeso. Amarillo, sol, arena, verano. Ése es mi otro recuerdo del color amarillo, cuando mis padres y yo nos veníamos de Madrid a veranear a la costa, siempre me acuerdo del cambio que se producía en la luz, en un determinado momento la luz se hacía más intensa, más dorada, eso solía suceder ya a la altura de Novelda (el mar no estaba lejos), pero al llegar a Alicante es como si el aire estuviera impregnado de partículas de oro que lo hacían brillar más intensamente, para mí aquello era el anuncio de un tiempo de vida más intenso, un tiempo de pura felicidad sin sombra, de largas jornadas de playa de arenas blancas de mañana, y de granizados de limón a la tarde noche, de cines de verano con pipas de girasol, de cenas en la terraza a base de bocadillos de tortilla de patata. Infancia, verano, amarillean los recuerdos como viejas fotografías; verano, infancia, tiempo de oro que aún brilla en la memoria.






Giuseppe Castiglione. Retrato del emperador Qian Long





Vincent van Gogh. Naturaleza muerta con dos girasoles. 1887.





Henri de Toulouse Lautrec. Pareja sobre colcha amarilla. 1895.





René Gruau





Albert Edefelt. Mujer leyendo en el salón.





Euan Uglow.





Georgia O'Keefe. Verde, naranja y amarillo.





Edouard Vuillard.





Liu XiaoDong.





Giuseppe Arcimboldo. El Invierno.





Briton Riviere. Su único amigo. 1871.





Jamie Wyeth. Cat bates of Monhegan. 1995.





Odilon Redon. Orfeo.





Eliza Mary Burgess.





Julio Larraz. 2010





Piet Mondrian. New York




FELIZ NAVIDAD

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Parvulus enim natus est nobis, 
Et filius datus est nobis;
Et factus est principatus super humerum eius;
Et vocabitur nomen eius:
Admirabilis, Consiliarius, Deus, Fortis,
Pater futuri Saeculi, Princeps pacis.



Giotto di Bondone, Natività. Cappella degli Scrovegni, Padova



Porque nos ha nacido un niño, 
nos ha sido dado un hijo, 
que tiene sobre los hombros la soberanía, 
y que se llamará 
maravilloso Consejero, Dios fuerte, Príncipe de la paz.

                                                                      Isaías, 9, 6.


Giotto di Bondone, Natività (detalle). Cappella degli Scrovegni, Padova









TEMPS

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Como un regalo se nos abre este nuevo lote de tiempo. Recién estrenado, se nos ofrece como la promesa de todo lo que ese tiempo podría llegar a contener. Pero el tiempo es sólo y para siempre tiempo. Somos nosotros los que debemos llenarlo de contenido, nosotros quienes tenemos que domesticar toda esa masa inerte de tiempo para convertirla en vida. Amanece un nuevo año; en la hora oscura del amanecer, construyamos la esperanza para ganarnos el derecho a lo que está por venir. 
¡FELIZ AÑO 2015!







No és millor ni pitjor el temps,
car tot el temps és temps d'amor,
d'una plaenta convivència
de sentiments i de persones,
de famílies i treball.
Tots els temps són el mateix temps,
perque només hi ha un temps,
i és temps d'amor i de treball, 
de construir, entre tothom,
i cadascú en allò que faça,
per a l'establiment d'un ordre, 
la construcció d'un edifici,
allò que mirarem, feliços,
quan Déu vulga, fora del temps.
Però treballem en el temps,
treballem i amem en el temps.
No hi ha temps millor ni pitjor,
solament existeix el temps,
i no és el temps qui ens justifica,
i ens cal justificar el temps.
En el temps naixem i morim, 
i hem de fer nostre tot el temps, 
i hem de fer nostres tots els temps,
tal com feren els nostres pares,
com deuen fer els nostres fills.
Tot el temps és el mateix temps,
totes les vides fan la vida.
Fem el temps, i que el temps no ens faça,
car el temps ens fa i ens desfà,
i hem de ser a través del temps.
Nosaltres podem fer el temps,
la construcció de l'edifici.
Foradant en la nit del temps,
obrint la nit com una mina,
obscurament i tenaçment,
ens podrem seure, si Déu vol,
amb les mans brutes de la feina,
a fumar, a parlar de la pàtria,
la pàtria sòlida en el temps.

                      Vicent Andrés Estellés. Llibre de Meravelles.




Regreso al Futuro

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En 1929 aparecía publicado en la Gazzetta del Popolo un manifiesto firmado por varios autores del movimiento futurista dando fe del nacimiento de un nuevo tipo de pintura, la llamada aeropintura. Entre los firmantes se contaba por supuesto Marinetti, el creador y líder indiscutido del futurismo, pero curiosamente no el artista que iba a continuar practicando por más tiempo la así bautizada aeropintura, Tullio Crali (Igalo, Montenegro 1910 - Milán, Italia, 2000). 

Estos futuristas estaban fascinados por las máquinas, por la velocidad y el ruido, tenían un inmenso odio por lo antiguo, por la tradición, jóvenes airados, sólo deseaban coger un martillo y acabar con todos los museos y las viejas reminiscencias del pasado, en su extremismo llegaron a hacer apología de la violencia y llamar a la guerra "única higiene del mundo". Su lenguaje exaltado tenía mucho en común con el resto de los grupos de vanguardia, pero su apoyo al fascismo italiano hizo que sus obras hayan sufrido el anatema de la crítica y un duradero exilio de las salas de exposición.

Hoy que "el futuro ya está aquí", como dice la canción, y que el optimismo tecnológico de aquellos futuristas nos resulta algo naïf, hoy que nuestra tecnología casi nos da miedo, hoy también que los fascismos y el comunismo yacen juntos en la fosa de la Historia, quizás es el momento de rescatar del olvido aquel arte, en ocasiones tan bello, como en el caso de la obra de Tullio Crali

Este pintor supo permanecer fiel a los presupuestos estéticos que le vieron nacer como artista hasta casi nuestros días, produciendo una pintura de una belleza deslumbrante que consigue transmitir fielmente la experiencia del vuelo. Más allá de ismos o de ideologías, eso es lo que queda, una visión única que merecía ser comunicada: la del piloto desde la cabina del avión, otra forma de ver y vivir el mundo que ha generado su propia estética.




Le forze della curva, 1930.





 Ballelica, ritrato di Elica Balla, 1932.





 In caduta libera, 1971.





 En picado.





 Macchine in cielo, 1980.





 Monoplano Jonathan, 1987.





Assalto dei motori, 1968.





 Simultaneità aerea, 1971.





 Landind on the Gulf, 1939.





Prima che si apra il paracadute, 1939.





 Incuneandosi nell'abitato, 1938.





 Tour Eiffel.





 Volo agitato, 1938.





 Looping reenversé, 1938.





 Aerocaccia I, 1936-38.





 Omaggio a Boccioni.





Le frecce tricolori, 1986.





Autoritratto, 1935.



No me puedo resistir a transcribir aquí el manifesto de la aeropintura futurista, es un documento que no tiene desperdicio.

"Nosotros los Futuristas declaramos:
1° Las perspectivas cambiantes de vuelo constituyen una realidad completamente nueva y esta no tiene nada en común con la realidad tradicionalmente constituida por las perspectivas terrestres;
2° Los elementos de esta nueva realidad no tienen ningún punto firme y se construyen de la misma movilidad perenne;
3° El pintor no se puede observar y pintar más que participando en su propia velocidad;
4° Pintar desde lo alto esta nueva realidad requiere un profundo desprecio por los detalles y la necesidad de sintetizar y transfigurarlo todo;
5° Todas las partes del paisaje aparecen al pintor en vuelo:
a) Diseminadas
b) Artificiales
c) Provisionales
d) Caídas desde el cielo
6° Todas las partes del paisaje acentúan a los ojos del pintor en vuelo sus características:
Grande
Disperso
Elegante
Grandioso.
7° Cualquier pintura aérea contiene simultáneamente el doble movimiento del aeroplano y el movimiento de la mano del pintor que mueve el lápiz, el pincel o el difusor;
8º El cuadro o el complejo plástico de la aeropintura debe ser policéntrico;
9° Se llegará pronto a una nueva espiritualidad plástica extra-terrestre."


Igualmente les animo a que lean el primer Manifiesto Futurista, publicado por Marinetti en Le Figaro en 1909, cuyo vínculo dejo aquí, puede que les saque de sus casillas, pero seguro que no les dejará indiferentes:MANIFIESTO FUTURISTA

Si desean conocer más sobre la vida y obra de Tullio Crali, ésta es la página web oficial: http://www.tulliocrali.com/

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