De este modo tan melodramático se refería Gibbon en su "Decadencia y caída del Imperio Romano" al emperador que hoy conocemos como Caracalla, apelativo que parece derivar de un tipo de capa o de capote militar que él habría puesto de moda.
¿Quién fue este azote del género humano? Para empezar llamémosle como le llamaban sus contemporáneos: Marco Aurelio Antonino Basiano. Los tres primeros nombres son su "nombre político". El por qué un miembro de una dinastía nueva quiere vincular su nombre a la dinastía anterior es claro: Los casi 100 años de los Antoninos constituyen una verdadera Edad de oro para el imperio romano, una época de paz y prosperidad, gracias a un gobierno regido por la ley y transmitido de emperador a emperador sin incidentes dignos de mención. El nombre de los Antoninos seguía teniendo mucha fuerza, era un capital político en sí mismo.
El final de la dinastía Antonina sin embargo fue traumático. Cómodo, su último emperador, es asesinado en el 192 y el año siguiente, el conocido "año de los cinco emperadores", verá a los ejércitos del imperio luchar todos contra todos, hasta que Septimio Severo, un africano general del ejército de Panonia, elimine a sus rivales y se haga con el poder. A Septimio Severo se le atribuye una frase que resume su filosofía política: "Mantén la paz, enriquece a los soldados y búrlate del resto". El caso es que sólo gracias a un enorme trabajo y a un rigor implacable contra sus enemigos y los del imperio, pudo mantener el poder durante dieciocho años y dejar un imperio restaurado.
El gran error de Septimio fue su amor de padre; como un rey medieval, dejó el imperio en herencia a sus dos hijos, Caracalla y Geta. Los hermanos, sea por la competencia por el poder, sea por la diferencia de caracteres, se odiaban cordialmente, su padre no se hacía ilusiones y así, muerto Septimio Severo, y hechos los funerales en Roma, el reinado conjunto de los hermanos apenas duró los que va de febrero a diciembre.
Las versiones del fratricidio son diversas y poco claras, unos creen que Caracalla habría planeado un encuentro familiar como excusa para tenderle una emboscada a su hermano a manos de su guardia personal, otros piensan que la muerte fue el resultado accidental de un encuentro destinado a intentar reconciliar a los hermanos en presencia de su madre que salió mal. Sea como fuere, Caracalla cargará con la mancha de fratricida lo que le quede de reinado.
Los historiadores romanos, tanto los de la "Historia Augusta", como Herodiano, no le son favorables y lo caricaturizan como un tirano. Los rasgos de su retrato, trazados a brochazo limpio, le asimilan a otros tiranos recientes, como Cómodo, o bien se remontan a copiar estereotipos ya patentados a propósito de Domiciano, Nerón o Calígula. Así sería cruel, paranoico, caprichoso, un populista cultivador de la plebe más zafia, o de la soldadesca, rapaz y derrochador, belicoso, implicaría al imperio en guerras inútiles para atribuirse méritos militares inmerecidos... Incluso Herodiano, que disculpa a emperadores tan frikis como Heliogábalo, se ensaña con el malvado Caracalla.
A un emperador malvado corresponde una muerte de perro, así le hacen morir con los pantalones bajados mientras un sicario enviado por su prefecto del pretorio le apuñala. Según Herodiano, estando en Carras de guerra contra los Persas, se apartó del camino para hacer sus necesidades con un poco de intimidad, momento que aprovechó el doméstico pagado para darle la puñalada mientras le tendía (supongo) el papel higiénico.
¿Cuánto hay en todo este retrato biográfico de Caracalla de verdadero y cuánto es meramente un repertorio de anécdotas prefabricadas para denigrar al "enemigo del pueblo", es difícil discernirlo, seguramente hay no poco de amplificación retórica en los crímenes de Caracalla.
Que no tuvo mucho talento para mantener el poder se deduce del hecho mismo que su reinado sólo duró seis años, pero en cualquier caso, esto marcará un récord comparado con la duración de los emperadores que se sucederán durante los próximos cincuenta años. Comienza el período llamado la "Anarquía militar" en que espadones surgidos de las legiones pelean incansablemente para llegar al poder, apenas para ser sustituidos en unos meses, semanas o días por otro espadón que vivirá, y morirá a su vez por la espada.
Un hecho, sin embargo, incontrovertiblemente positivo nos ha quedado como fruto de su reinado: la Constitutio Antoniniana, el llamado Edicto de Caracalla, por el que se concede, por primera vez la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio romano. Hasta entonces, ser habitante del imperio romano y ser ciudadano de éste eran dos realidades bien diferentes, a partir del edicto, todos los habitantes serán ciudadanos, una revolución jurídica que no ha conocido involución hasta nuestros días.
Un hecho que me ha interesado de Caracalla es que, para ser un emperador tan breve, y supuestamente tan impopular, haya sin embargo una gran cantidad de retratos suyos que se nos han conservado. Estos, aún siguiendo algunos parámetros iconográficos que los acercan a la dinastía anterior, en concreto a los modos de representación de Cómodo, sin embargo muestran una fuerte singularidad por su rostro, un rostro dramático, intenso, como enfadado, de unos rasgos raciales incluso muy particulares ¡Hoy algunos incluso lo reivindican como el primer emperador negro! (seguramente sería de raza beréber, pero de ahí a negro va un trecho).
El caso es que el emperador Caracalla ha generado una impresionante cantidad de retratos notables por su calidad artística, no sólo durante su breve reinado, sino, lo que es más interesante, desde el Renacimiento y hasta el siglo XVIII, se ha producido un enorme aporte de nuevos retratos de este emperador. He recogido aquí sólo algunas muestras, las más representativas o que han influido más en la tradición iconográfica, dejando de lado sus retratos infantiles, que también los hay, y no pocos. Espero que les gusten.
Cabeza de Caracalla procedente de una estatua de cuerpo entero hallada en Roma, S. III d. C. The Metropolitan Museum of Art, New York.
Retrato del emperador Caracalla, S. III d. C. Palazzo Massimo alle Terme, Museo Nazionale Romano.
Busto de Caracalla, Musei Capitolini, Roma Palazzo Nuovo, Sala de los emperadores.
Busto de Caracalla, época romana, Altes Museum, Berlin.
Busto de Caracalla, ca. 215-217 d. C. The Nelson Atkins Museum of Art, Kansas City, USA.
Caracalla, Firenze, Palazzo Medici-Ricardi
Cabeza del emperador Caracalla (210-220 d. C.) con busto añadido con posterioridad. Albertinum Dresde.
Busto del emperador Caracalla, época romana, British Museum, Londres.
Busto del emperador Caracalla hallada en las Termas de Caracalla en Roma, 212 d. C. Museo Archeologico Nazionale di Napoli.
Cabeza copia antigua de un retrato de Caracalla, Museo Archeologico Nazionale di Napoli, proveniente de la Collezione Farnese.
Cabeza de Caracalla, época romana. Museo del Bardo, Túnez
Cabeza de Caracalla procedente de Túnez, s. III d. C. The Merrin Gallery, New York
Caracalla, 211-217 d. C. Museo Arqueológico de la Antigua Corinto.
Caracalla, fragmento de cabeza, 212-217 d. C. The Metropolitan Museum of Art, New York. Donación del Norbert Schimmel Trust, 1989.
Caracalla deificado con corona radiada. S. III d. C. Decoración militar en bronce. Altes Museum, Berlin
Caracalla tipo Torlonia, S. XVI-XVII en Italia, New York
Medalla en oro con perfil de Caracalla. Bode Museum, Berlin
Retrato de Caracalla como auriga de cuádriga. Marfil. British Museum, Londres.
Caracalla como faraón egipcio, S. III d. C. Museo Arqueológico Nacional, Alejandría. (copyright de la fotografía Heidi Kontkanen)
Cabeza de Caracalla en granito egipcio, 211-217 d. C. Coptos Penn Museum, University of Pennsylvania.
Heracles y Caracalla, relieve en bronce de un carro, S. III d. C. Museo Arqueológico regional de Plovdiv (Antiguo estadio de Filipópolis)
Estatua de Caracalla como imperator coronado, Museo de Antalya, Turquía
Camafeo con retrato de Caracalla, época romana, Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
Me permito incluir aquí, a modo de apéndice, el texto conservado del famoso edicto de Caracalla:
EDICTO DE CARACALLA
“Es menester ante todo referir a la divinidad las causas y motivos (de nuestros actos); también yo tendría que dar gracias a los dioses inmortales porque con la presente victoria me honraron y guardaron a salvo. Así pues, creo de este modo poder satisfacer con magnificencia y piedad su grandeza al asociar al culto de los dioses a cuantos miles de hombres se agreguen a los nuestros. Otorgo (pues) a todos cuantos se hallen en el orbe la ciudadanía romana, sin que quede nadie sin una ciudadanía, excepto los dediticios. En efecto, conviene que todos, no sólo contribuyan en todo lo demás, sino que participen también de la victoria. Y esta constitución nuestra manifiesta la grandeza del pueblo romano, etc […]”
(Original griego en el Papiro de Giessen nº 40, col. 1 apud A. D’Ors, Introducción al estudio de los documentos del Egipto Romano, 1948)