Tres extraordinarias mujeres pintoras nacen alrededor de la mitad del siglo XVIII: Adelaïde Labille-Guiard, Louise-Élisabeth Vigée Le Brun y Angelica Kauffmann, tres grandes artistas que deberán enfrentarse al prejuicio masculino que tratará de minimizar su talento, las tres habrán de luchar duramente para hacerse una posición social en un mundo como el del ancien régime, que, marcado por las diferencias de estamento, menosprecia al artista plástico apenas como un trabajador manual, y a la vez deberán defender su independencia y dignidad personal en una sociedad patriarcal que impone a la mujer un papel secundario como esposa, amante o religiosa. Estas tres artistas sin embargo, con las únicas armas de su talento personal y artístico, conseguirán cada una a su manera triunfar en el arte y en su vida personal.
Sin embargo, un cierto desdén machista no ha dejado de actuar desde entonces y al escribir la historia del arte ha conseguido minimizar su impacto y su influencia, hasta el extremo de querer negar su relevancia dentro del panorama artístico de su tiempo. Desde la crítica artística a menudo han sido tratadas con indiferencia o desdén, como una obra un poco cursi o demasiado sentimental, en el caso de Vigée Le Brun, convencional en el caso de Labille o empalagoso pastiche neoclásico en el caso de la Kauffmann. Sin embargo, si dirigimos la mirada a sus contemporáneos masculinos que han obtenido mejores valoraciones de la crítica, veremos que no hay grandes diferencias de estilo ni de temáticas, de modo que podríamos legítimamente sospechar que aquí nos encontramos ante un caso de prejuicio sexista que ha tendido a invisibilizar su valor.
No pretendo hacer un alegato feminista de todas formas. Creo que la obra de estas tres pintoras habla por sí misma y no necesita que un aficionado como yo la defienda. Me parece que las tres, cada una de un modo diferente, contribuyen al gran cambio en la sensibilidad que se produce en su siglo y esa inyección de feminidad no constituye un demérito en ningún caso, sino que aporta una mirada nueva que pedía con urgencia ser expresada.
Esto me parece que explica muy bien el éxito enorme que Madame Vigée Le Brun tuvo en toda Europa; diría que ella contribuye a definir la nueva feminidad de aquel tiempo, las mujeres empiezan a verse a sí mismas de modo diferente y Vigée Le Brun desde sus famosos autorretratos las precede marcando los modos y el tono de la nueva mujer. No es de extrañar que la reina María Antonieta sintiera desde el principio una simpatía y una afinidad totales con esta pintora. Ni que todas las que eran alguien en aquel tiempo posasen ante sus pinceles, la paleta de Le Brun no sólo las pinta bellas y amables, también las empodera.
El caso de Angelica Kauffmann es, si se me permite decirlo, un más difícil todavía. El retrato era un género abierto hasta cierto punto a la práctica femenina (al fin y al cabo, alguien tenía que retratar a las mujeres) pero desde siempre los géneros mayores, los géneros serios, como la pintura de historia, habían sido un club masculino con el derecho de admisión reservado. Sin embargo ahí es donde Kauffmann destaca y brilla, creando el nuevo estilo neoclásico en sus escenas mitológicas, y se adelanta algunas décadas a las famosas historias griegas o romanas de un Jacques-Louis David. Angelica Kauffmann se ganará el respeto y la amistad de artistas e intelectuales tan relevantes como Joachim Winckelmann, Goethe, Sir Joshua Reynolds o Giovanni Battista Piranesi, quienes quedaron prendados de su amabilidad, educación pero también de su arte pictórico.
Pero si extraordinarias son las vidas de Vigée Le Brun o Angelica Kauffmann, no menos interesante es la vida de Adelaïde Labille-Guiard. La tormenta de la Revolución sacude Francia cuando Adelaïde ya es una pintora conocida y con contactos en la corte; mientras las otras artistas huyen o evitan la Francia revolucionaria, Adelaïde en cambio, de ideología más progresista, va a retratar al mismísimo Robespierre y recibirá una pensión del nuevo gobierno revolucionario y pasa a vivir, por cuenta del Estado, en los alojamientos para artistas del Louvre. Divorciada de su primer marido, se casa con su profesor, el pintor François Vincent. Por fortuna para ella, no llegará a conocer la Restauración, muere en 1803 como una respetada artista que había luchado por la admisión de las mujeres en las Academias de artes.
No me alargo más, sino les agradezco su atención y les recomiendo visitar los vínculos a las biografías de estas tres pintoras que, estoy seguro, encontrarán apasionantes. Espero que disfruten de esta muestra de bellísima pintura.
Adélaïde Labille-Guiard. Madame Dugazon en el papel de Babet, sin fecha. Galería Nacional de Finlandia
